A finales de junio de este año, aparecieron diversos análisis en la prensa, principalmente la escrita, acerca de los posibles cambios que podrían ocurrir en la dirección de la guerra de Afganistán, con motivo de la sustitución del general McChrystal por el más conocido general Petraeus. Dicha posibilidad existiría si se tratase de una empresa, cuyo gerente o primer ejecutivo hubiese sido destituido. Pero no, se trata de la sustitución del general en jefe de un teatro de operaciones.
La Definición de la Estrategia para Afganistán.
Cuya estrategia militar la elabora la Junta de Jefes de Estado Mayor (el Pentágono) y la aprueba Mr. Obama. Correspondiendo, entonces, al general en jefe el desarrollarla con su estrategia operativa. Donde ya tiene unos límites su autonomía, para imprimir su impronta y su marchamo. El general del teatro de operaciones es un gran gestor, un alto mando gerencial, de los inmensos medios que los EEUU y sus aliados, coaligados en la ISAF, ponen a disposición para alcanzar los objetivos de la guerra.
La estrategia total planteada por los EEUU se puede resumir en conseguir la derrota de los talibanes y la extirpación de las recidivas de Al-Qaida en Afganistán. Y en la incorporación progresiva de los afganos a las labores de orden público y de contra insurgencia, contando con un gobierno cada vez más fortalecido, respetado y obedecido, capaz de atraer a la insurgencia menos radical. Todo ello, entreverado con un apoyo económico para la reconstrucción, la sanidad, la educación y las infraestructuras. Pero que alcanza desde la provisión de los medios militares a la entrega de sobornos, dádivas, incentivos y prebendas a determinados combatientes, para que abandonen las armas, y a civiles, para que faciliten información o colaboren en las múltiples tareas necesarias. La famosa estrategia contra insurgencia de “ganar los corazones y las mentes” del paisanaje nativo, que data de la intervención en Vietnam del Sur en los años 60, se incardina en ese triple objetivo.
La Sustitución y la Pérdida de un Comandante en jefe en Operaciones. Habían cansado y aburrido hasta las cejas al viejo Stanley.
Veamos los dos casos, parecidos pero no idénticos, en los que la pérdida del comandante en jefe resulta irreparable. A veces el caudillo militar constituye una vulnerabilidad crítica estratégica de su pueblo armado, a mano para sus enemigos. Éste fue el caso hábilmente manejado por los españoles en el siglo XVI durante la conquista de América. Se trataba de la captura o la muerte del gran jefe o “emperador” de las coaliciones indígenas de los grandes países a colonizar: Moctezuma, Atahualpa. Y que fue posible porque el “gran emplumado” presidía a su ejército en combate. Esto daba un golpe demoledor, aunque temporal, a las fuerzas indígenas. Porque una vez convertido en rehén la representación simbólica de un jefe de este tipo caía en picado. Ya que la vitalidad social de la colectividad a la que dirigía, exigía su renovación, como si hubiese muerto.
También tenemos los casos de los grandes caudillos político militares, como Alejandro, Gustavo Adolfo o Napoleón. Ellos incorporaban en sí mismos la esencia y las virtudes de todo un estilo militar y de un régimen político. Que irradiaban permanentemente a sus pueblos, galvanizándolos para una tarea común de trascendencia histórica. Su desaparición en operaciones hubiese sido fatal para sus intereses colectivos. Como ocurrió en el caso de Suecia, con la muerte en combate el 6 de noviembre de 1632, de su rey Gustavo II Adolfo en la batalla de Lützen.
El caso del general del ejército (cuatro estrellas de plata) Stanley McChrystal fue distinto. Sólo era un militar destacado dentro de un ejército profesional, enorme, diversificado, técnico y moderno. Como ya tenía casi los 30 años de servicio, próximo a la jubilación, podía permitirse ciertos lujos. Estaba cansado de intromisiones de los políticos cortesanos de Washington en su “modo” (su reino era la estrategia operativa) de llevar la guerra y en los recortes que le imponían a sus peticiones de medios para atender a una guerra larga, impopular y polifacética. Su delito fue llamar públicamente, en una entrevista publicada, “wimps” a algunos de esos políticos de la cuerda del presi, con los que se topó en su camino. Una traducción, no demasiado expresiva, sería “peleles”. El nombre define a una persona débil, cobarde, irresoluta e inefectiva para los asuntos. Sus agravante fueron la premeditación y el recochineo que se exhibían en la revista. ¿No les suena algo?
La Coalición que se Encuentra Petraeus.
En Afganistán están presentes fuerzas militares de unos 46 países. Algunas están dedicadas a misiones de apoyo, de guarnición y de retaguardia. Al ser una gran coalición, sin subordinarle ninguno de los intereses que a cada país le dictan sus necesidades y sus compromisos políticos, las coincidencias entre los aliados son parciales, tienen soluciones de continuidad y son lábiles en el tiempo. Esta fragilidad intrínseca de la coalición, nace de que casi todos los aliados no practican políticas de estado. Hay que señalar que esto se debe en gran parte a que no se tiene una percepción clara del problema afgano, ni de su cercanía, directa o indirecta, inmediata o lejana, a los intereses nacionales respectivos.
Los holandeses, con unos 2 mil soldados destacados en la provincia de Uruzgan, al norte de la de Kandahar, han confirmado su marcha de Afganistán para el mes de agosto de este año. Para 2012 también se quieren ir los otros 1550 australianos que guarnecen esta provincia. Se supone que esa “brigada” multinacional será sustituida con eficacia por fuerzas estadounidenses y, sobre todo, afganas. En la provincia de Kandahar, el añejo feudo del mulá Omar y primera cantera nacional de los talibanes, hay más de 2800 tropas canadienses, junto a fuerzas británicas y estadounidenses. Es uno de los primeros “frentes” de lucha contra la insurgencia del país, junto con Kandahar y las provincias del este. Los canadienses se retirarán de Afganistán entre julio y diciembre de 2011. Quedan los británicos y los estadounidenses.
Y, ¿cuál es la “trayectoria vital” de los británicos en este conflicto? Del fervor guerrero de estos “soldados europeos tecnológicamente modernos”, dan fe las operaciones llevadas a cabo durante 8 años en la provincia pashtún de Helmand, al sur del país. Tras la guerra de 2001, que terminó con el régimen medieval radical intransigente de los talibanes, en torno a la ciudad de Lashkar Gal, capital de la provincia, se instalaron permanentemente unos 8 mil soldados británicos, relevados sucesivamente por sus reemplazos en los “tours of duty”. Este potente contingente de soldados profesionales experimentados fue incapaz en casi 8 años de combatir el cultivo del opio en Helmand y de pacificar la provincia, para la implantación efectiva en ella del gobierno de Kabul.
Para lograr por fin estos objetivos, al parecer difíciles de realizar, se inició el viernes 12 de febrero la operación Moshtarak (Juntos) en la región de Marjah, a unos 40 Km. de Lashkar Gal, a cargo de unos 15 mil soldados aliados, de la OTAN y afganos. Que tenían que ir demostrando que los esfuerzos y los dineros gastados en la formación de sus fuerzas nacionales, no se han dilapidado miserablemente. Los talibanes, una infantería ligera irregular, sin aviación, con una logística pedestre e insuficiente y sin artillería, fueron batidos y desalojados de sus posiciones de combate en torno a Marjah, dispersándose finalmente, en gran parte, a las provincias limítrofes. Para ampliar la información, véase nuestro artículo “La Batalla de Marjah”, en War Heat Internacional nº 88. Sin embargo, ya nos avisan los periodistas destacados (no será mejor esto que “empotrados”) en Afganistán, que los brotes verdes de la insurgencia están apareciendo, como renuevos vigorosos y firmes, en torno a Marjah y a Nad Ali.
Por último, los mismos estadounidenses han señalado como fecha límite para iniciar la retirada de su despliegue, el 1 de julio de 2011. Son unos 94 mil soldados en estos momentos y alcanzarán los 98 mil a fines del verano. Están desparramados por todo el territorio afgano, como un armazón que sostiene e impulsa el esfuerzo general de guerra contra insurgencia. Para entonces se supone que estarán alistados, entrenados y equipados cerca de 400 mil afganos, integrados en las fuerzas de policía, algunas milicias regionales y el Ejército Nacional. ¿Estarán también motivados para defender una democracia inorgánica occidental? Por el momento, los tayicos y los hazaras forman la mayor parte de las actuales fuerzas de seguridad de Afganistán: hay unos 100 mil policías y unos 90 mil soldados nativos, con grados variables de motivación, lealtad y entrenamiento. En los distritos pashtunes no hay en general alistamientos al ejército nacional ni a la policía afgana. Se perfila así una guerra de liberación pashtún dentro de un país opresor o descuidado hacia ellos.