Ayer fue un Mahdí fracasado. Hoy es un Depredador de su Pueblo
Hace 40 años, Libia era un país de beduinos, de tribus sedentarias, de desierto y de petróleo de muy buena calidad. Su población apenas llegaba a los 2 millones de habitantes en un país de 1.748.700 Km2. Era difícil recrear con eso las aventuras imperialistas de los antiguos califas o jefes político religiosos de la Umma o comunidad de universal musulmanes. Así, Gaddafi basó su expansionismo panárabe en la política de alianzas. Donde su figura ejercía una función catalizadora y de importancia muy superior al peso específico del país que regía.
Una política imperialista apresurada, incómoda y fallida.
Desde que en septiembre de 1969 participara en el derrocamiento del rey Idris al-Senussi, el coronel Muammar al-Gaddafi intentó crear y reiteradamente ampliar su Jamahariya o república árabe islámica. Ésta está basada en el Corán, la Sunna del Profeta y la Sharia, según su particular interpretación. Y, sobre todo, en su engrandecimiento a ultranza, empleando un proselitismo agresivo y un expansionismo imperialista. Por cierto, Gaddafi, según expresa su primitivo nombre, procede de la tribu Gaddafa, asentada junto a la ciudad costera de Sirte, en el centro del golfo de su nombre.
Desde su nombramiento el 16 de diciembre de 1969 como jefe del Gobierno libio, manteniendo el cargo de presidente del Consejo Revolucionario Militar, el coronel Gaddafi promovió hasta 4 federaciones con sus vecinos africanos y países árabes más afines y propicios.
El 20 de agosto de 1971 los respectivos presidentes firmaron la federación de Egipto, Libia y Siria. No quedó muy clara esta “unión”, porque el 2 de agosto de 1972 , Egipto y Libia anunciaron su propósito de fusionarse en un solo Estado. Con Túnez, Libia firmó otro acuerdo de fusión el 12 de enero de 1974. Sin embargo, en ninguno de estos tres casos los trámites se llevaron hasta el final. No parece que Gaddafi fuese nunca un aliado cómodo y leal. Y su protagonismo radical e impaciente tuvo que ver mucho en el desvanecimiento de los pactos.
Poco después, a dos sus “socios” los volvió enemigos resentidos. En enero de 1980, comandos tunecinos entrenados en Libia, atacaron desde Argelia, dando un rodeo, el pueblo minero tunecino de Gafsa. Era una incursión de ocupación, que pretendía ser el preludio de un levantamiento general contra el presidente Ahabib Burguiba. La colaboración con los libios de elementos de la Inteligencia argelina, disgustó profundamente al presidente de Argelia, Benjedid Chadli. A su vez, Egipto y Libia sostuvieron en 1977 una brevísima guerra fronteriza, que destruyó los restos de antiguos idilios. Además, Argelia, el otro gran vecino de Libia, sostuvo con ella una sorda competencia por el control sobre la influencia sobre el “Frente Polisario”, protagonizada por las respectivas facciones afines en éste.
Su ejército: Pequeño, no fiable y con enormes arsenales.
Paralelamente, Gaddafi fue acumulando un arsenal del todo desproporcionado a las necesidades del país, al tamaño, calidad y entrenamiento de su ejército y a las posibilidades estratégicas, tácticas y logísticas de Libia. Nunca se fió de su ejército, temiendo que le diera un golpe de estado, como el hizo con el rey Idris. Y lo ha mantenido escuálido y limitado. Si en 1970 tenía unos 30 mil efectivos, actualmente, con una población de 6,5 millones de habitantes, sólo cuenta con 45 mil hombres.
Dos son sus principales armas: los tanques y los cohetes balísticos tácticos. Gaddafi tiene unos 2 mil tanques medios soviéticos, de los modelos T-54, T-55 y T-62. Con ellos es posible equipar a 6 divisiones de tanques. Su artillería coheteril la forman unos 30 cohetes tierra-tierra soviéticos tipo Scud-B. Evidentemente, se hallan lejos de las posibilidades operativas de sus 5 batallones de artillería. El Scud-B entró en servicio en la URSS hace casi 50 años. Montados sobre transportes pesados a ruedas y con un alcance de 250 Km., estos cohetes pueden trasladar una cabeza explosiva atómica táctica para la lucha en el teatro operativo.
Curiosa y significativamente, el coronel Gaddafi siempre concilió muy bien su carácter de devoto musulmán con su amistad con la URSS, que le proveía de asesores y de armas para su ejército. Como complemento necesario del mismo, Gaddafi fue estableciendo unas fuerzas de élite pretorianas, sus milicias populares de la Revolución Verde, y una “Legión Árabe”, que, con una base de elementos libios leales, incorporó elementos yihadistas norteafricanos y del Cercano Oriente, recreando una especie de Legión Extranjera, entrenada, equipada y afín. Va a ser este conglomerado de fuerzas, el que utilice también Gaddafi para dar realidad a su sueño imperial sahariano.
Los libios también aburren a Yamena.
El Chad, país de 1.284.000 Km2. y hoy con 11,2 millones de habitantes de razas négridas, ha padecido continuas luchas intestinas por el control del país desde su independencia en 1960. Éstas se polarizaban entre el sur, con 2/3 de la población, de religión animista o cristiana, que conserva los resortes del Poder, incluyendo Yamena, la capital, antigua Fort Lamy, y el norte, musulmán y despoblado. En 1966 surge el Frente de Liberación Nacional del Chad (Frolinat), que va a operar en el norte del país, apoyándose en su base santuario del oasis de al-Kufrah, al sur de Libia. Coincidiendo con el golpe de Gaddafi las luchas del Frolinat se incrementan, obligando a Yamena a buscar el apoyo militar de Francia. El ejército chadiano contaba con unos 5 mil hombres, integrados en tres batallones de infantería y paracaidistas, cuyo armamento más destacado eran sus morteros de 80 y 120 mms. y los vehículos blindados a ruedas Panhard AML.
En 1973, las tropas libias penetraron temporalmente unos 90 Km. en el desierto de Tibesti, al norte del Chad. Y, en 1975, en una nueva incursión, se apoderaron de una franja fronteriza, habitada por unos pocos nómadas negros, incluyendo los pueblos de Tidemi y Auzu, donde hay importantes yacimientos de mineral de uranio. La base de Shaba, al sur de Libia, desde donde operaban contra El Chad, fue construida y habilitada por sus asesores soviéticos y germano orientales. El Frolinat, apoyado por Gaddafi, fue incluyendo entre sus objetivos estratégicos debilitar la influencia francesa en Yamena e incluir al país en el área geoestratégica de los países árabes norteafricanos. En 1978, ante el avance rebelde, las tropas francesas aerotransportadas tuvieron que intervenir de nuevo. Todo se apaciguó con la creación de un gobierno de concentración nacional, que agrupaba a las 12 facciones cristianas y musulmanas del país, en noviembre de 1979. Pero los recelos entre los “asociados” trasladaron los combates a la propia Yamena. Al final, se impuso la facción pro árabe en el gobierno. Tras la guerra, Gaddafi aseguró que no había enviado tropas al Chad. Y que en la lucha sólo habían participado “voluntarios” de la Legión Árabe. Por cierto, tras la brusca caída de Idi Amin Dada, refugiado en Arabia Saudí hasta su muerte, quedaron atrapados en Uganda varios centenares de estos “legionarios”. Que fueron enviados por Gaddafi para apuntalar el régimen del payasón sanguinario antropófago.
En mayo de 1980 los franceses se retiran del Chad. Y el 15 de junio de ese año se firma entre Libia y el Chad, un Tratado de Alianza y Defensa Mutua. Una brigada de infantería libia, reforzada por un batallón de tanques, penetró en el Chad, se dejó ver en Yamena y, finalmente, se desplazó al norte del país. Como presidente del gobierno chadiano quedó el prolibio Gukuni Ueddei. Y el martes 6 de enero de 1981, se firmó en Trípoli un acuerdo de fusión entre El Chad y Libia. Acuerdo que, como los anteriores citados, acabó pronto.
Gaddafi prueba suerte con el terrorismo internacional.
No consiguiendo novia formal, ni dote provechosa por ningún lado, el feo cara de piedra Gaddafi también probó a usar sus encantos con el terrorismo internacional, casualmente antioccidental. Conocidos, juzgados y sentenciados son sus apoyos, a los terroristas que explotaron una bomba en un avión del vuelo 103 de la Pan Am (Pan American Airlines) sobre la villa de Lockerbie, en Escocia, causando la muerte de 259 personas. Eran todos los pasajeros y tripulantes. También murieron 11 habitantes del pueblo. Tras sus condenas, los dos criminales libios implicados fueron recibidos en triunfo en Trípoli.
El 15 de abril de 1986 se bombardearon las ciudades de Bengasi y Trípoli por orden de Ronald Reagan. El ataque se centró en blancos militares o terroristas y alejados de zonas urbanas, para no dañar a los civiles y minimizar los daños colaterales. Así, fueron blancos prioritarios de los aviones, el campo de entrenamiento de terroristas de al-Jamahiriya, el aeropuerto de Trípoli, los cuarteles de Al’Aziziyah (sede del mando de las Fuerzas aéreas libias y residencia temporal de Gaddafi), el puerto militar de Sidi Balal, y la base aérea de Benina. Este frenazo con marcha atrás imprimió un serio carácter en la psique enturbiada de Gaddafi.
Con el pasar de los años y pese a sus bravuconadas y payasadas, su espíritu expansivo y batallador se fue asentando, sosegando y aplanando. Hacia afuera, mantuvo su política anti israelí, que ha abandonado hace años, y el apoyo nominal a los movimientos revolucionarios de países tercermundistas. Siempre se pueden distraer unos pocos petrodólares para esos chicos antiimperialistas. Últimamente descubrió las delicias del dinero y su utilidad para comprar de todo en el bazar internacional. Y se apoltronó en sus jaimas, protegido por sus amazonas favoritas. Decidido a recuperar el tiempo perdido con las delicias de este mundo. Buscando, sin remedio, que no se le pasase el arroz… Y en estos afanes más vulgares, también le cortó la «meadera», como dicen en Galicia, la revolución social de los países árabes.
Pobre Gaddafi, lo que desea, lo estropea…