Una Revolución Militar del Siglo XV.
Prolegómenos.
Hace más de 600 años, tuvo lugar en Tannenberg una famosa batalla entre los jinetes alemanes y polacos. En efecto, las caballerías teutona y polaca, ayudada ésta por jinetes lituanos chocaron el 15 de julio de 1410 en la batalla llamada de Grünwald por los polacos. Éstos prevalecieron por puro esfuerzo. El Estado monacal de los caballeros teutónicos resultó vencido y repelido de Polonia. La Orden no recuperó su influencia anterior. La batalla es uno de los acontecimientos más importantes de la historia polaca, al consagrar una independencia temporal de los alemanes. Fue un combate puramente muscular.
Y no fue diferente del que perdieron los polacos contra los “tumanes” o grandes grupos mongoles de caballería pesada y ligera en Liegnitz el 9 de abril de 1241. Sin embargo, apenas unos 10 años después de Tannenberg, un ejército de campesinos de Centro Europa llevó a cabo una auténtica revolución en el arte ciencia de la guerra. Revolución que desarrolló un sistema defensivo ofensivo cabal. Y que se adelantó en dos siglos al vigente en su época. Presentando adaptaciones e innovaciones que no fueron comprendidas por los militares hasta 4 siglos después. Así, las realizaciones de Jan Ziska y sus carros baluartes se mantuvieron vigentes, incomprendidas y temidas por sus enemigos. Era una época oscurecida por la brujería y la permanencia anquilosada de la ignorancia. Y las técnicas y tácticas de Ziska se basaban en un conocimiento y una experiencia previos, la experimentación, la retroalimentación y el análisis de resultados y la adaptación de los magros medios disponibles.
El Origen del Movimiento nacional religioso husita.
El 6 de julio de 1415, Juan Hus, de 46 años, sacerdote reformista y héroe nacional checo fue muerto en la hoguera por herejía. Sus seguidores, el pueblo llano de Bohemia, sojuzgada por el católico Imperio alemán, se organizaron rápidamente como los cristianos primitivos. Llenos de un entusiasmo fresco y novedoso, celebraban sus sencillos ritos con cánticos en sus campos, dirigidos por sacerdotes casados, que oficiaban en su idioma vernáculo, recibiendo la comunión bajo las dos especies. Entonces, el primer desafío de la Reforma protestante contra Roma resonó por toda Bohemia. Y su reniego de creencias establecidas, como las indulgencias y bulas, el rechazo de la propiedad temporal de la Iglesia y el purgatorio, y la predicación libre de la Palabra, les llevó a ser declarados herejes. Bohemia está constituida geográficamente por la extensa y fértil llanura de Polavi, regada por el Elba y el Vltava. Si la unimos a Moravia, que se alarga desde su frontera oriental hacia el sureste, tenemos a Chequia o tierra de los checos.
El Genio militar y organizador de un viejo hidalgo checo, Jan Ziska de Trocnov. Aparece el Ejército del Señor, bajo los estandartes con el Cáliz de su Sangre. Sus Características, Tácticas y Estrategia.
Muy poco se conoce realmente de los primeros 65 años de la vida de Jan Ziska. Ziska era un hidalgo de Bohemia, pobre e inculto, que luchó como mercenario en Polonia. Cuando regresó a su país, este veterano y tuerto militar de 65 años, aún no había iniciado su prodigiosa y corta carrera de patriota militar rebelde. La guerra de liberación estalló en 1419. Y Jan Ziska, por su experiencia previa, surge al mando de unos centenares de campesinos de su Trocnov natal, pueblo al sur de Bohemia, armados con hoces y mayales o trillos. El mayal es un instrumento usado en la trilla del centeno, compuesto por dos palos recios, unidos con una cuerda. El mayor se empuñaba y servía para descargar con impulso el más pequeño sobre la parva. Para la guerra, el más pequeño podía estar erizado de clavos, láminas o con pesos. Ziska, al darse cuenta que su ejército animoso, embrionario y sin estructura no podía enfrentarse a los jinetes acorazados del Emperador alemán, se retiró a Tabor. Éste era un pequeño pueblo montañoso, situado a 75 Km. al sur de Praga. Allí fortificó sus posiciones naturales, formando un gigantesco castillo defensivo. Esta posición fortificada se convirtió en un reclamo para todos los rebeldes bohemios. Y sería su base de apoyo permanente en sus operaciones militares futuras. Hasta que en 1423, por desavenencias con parte de los taboritas, pasó con sus seguidores a ocupar el monte Oreb (les daban nombres bíblicos a los suyos), en las cercanías de Hradoc Králove, en la Bohemia oriental, junto al río Labe.
Ziska comenzó a imbuir de una disciplina férrea e integradora a sus primitivas huestes. En un documento conservado de 1423 aparece su reglamento militar. El entrenamiento en las técnicas y tácticas, aunque simples, era practicado continuamente. Siendo puros y formando el ejército del Señor, el remoloneo, la desobediencia, el juego, la brabuconería y la vida desordenada con mujeres eran castigados severamente. Los oficiales sólo obtenían su promoción por méritos. Todos los husitas tenían asignado un puesto permanente en la milicia: los hombres, en las filas del ejército; los viejos y las mujeres fortificaban y, también, reparaban toda clase de equipos; los niños eran trasegadores de pólvora, armas, municiones y alimentos.
Tampoco quiso Ziska arriesgar y malgastar a sus fuerzas novatas. Así, fue acostumbrando a sus hombres a la dureza y las particularidades de su oficio, lanzándolas a operaciones de ataque y pillaje sobre los monasterios fortalezas que punteaban Bohemia. Los hombres iban probando y comprobando sus habilidades y asumiendo sus victorias, formando así espíritu de cuerpo y una moral de lucha. De los monasterios traían, además, todo el oro, la plata y las joyas que podían, para financiarse. Y las armas del enemigo: ballestas, bombardas y las primitivas armas de fuego individuales.
Las corazas de los jinetes nobles, al principio del siglo XV, eran ya casi impenetrables. A las distancias habituales de combate resistían las flechas de los arcos largos y los virotes de las ballestas portátiles, salvo el blanco de fortuna en las juntas de sus piezas. Pero las primitivas y recientes armas de fuego individuales sí eran efectivas contra las cargas de los nobles. Ziska llegó a armar a un tercio de sus infantes con estas armas, en una proporción enorme para la época.
Dentro del sistema militar husita destaca el empleo del carro blindado. Antes que ellos, muchas tribus emigrantes invasoras (los bárbaros) usaron sus carros de impedimenta como refugio temporal en la batalla. En Adrianópolis, la derrota romana fue ocasionada en parte por su uso por los godos. Incluso, posteriormente, los carros defensivos fueron utilizados en las caravanas de los colonos estadounidenses contra los indios del Oeste y por los boers de África del Sur contra los zulúes. Pero la aportación husita fue radical, flexible e innovadora y fue táctica, operativa y técnica. Los débiles carros campesinos del país, usados para acarrear las cosechas, la leña, la hierba y el heno, fueron empleados aquí para transportar y proteger a un pelotón de husitas, sus servidores. El carro era reforzado lateralmente con cuadernas y tablones robustos e incluso, a veces, con planchas de hierro basto. Su estructura tenía toscas aspilleras para el tiro protegido de ballestas y armas de fuego individuales. Estos carros blindados, usados como plataformas protegidas de tiro tenso, permitían una gran precisión de fuego. Porque sus servidores individuales y colectivos se hallaban bien cubiertos con ellos. Por supuesto, los husitas también contaban con un número variable e importante de carros del país dedicados al transporte de su impedimenta y servicios; por ejemplo, las tiendas que montaban por las noches para acogerse.
Ziska incorporó también la artillería pesada a su ejército. Y no simplemente las culebrinas sobre narrias, que usaron los franceses para arrasar a los ingleses en la batalla de Formigny (junto a Caen) el 15 de abril de 1450. Matando a 5600 ingleses, a cambio de menos de doce muertos propios. Vengándose así de las derrotas que les infligieron los ingleses en Crecy y Agincourt, durante la Guerra de los Cien Años. Hasta entonces, la artillería pesada era empleada por los ejércitos reales para los sitios. Las bombardas husitas eran transportadas en carros pesados de 4 ruedas. Y eran capaces de lanzar piedras de hasta unos 40 Kg. Al formarse el cuadro defensivo husita, con los carros blindados en su perímetro, los cañones eran desplegados en los espacios entre dos carros, que estaban asegurados con cadenas o fuertes sogas. La concentración de fuegos podía hacerse en cualquiera de los lados del cuadro que fuese necesario.
Los husitas poseían una caballería pequeña, raquítica e insuficiente al principio, pero necesaria y eficaz. Estaba formada por un cuerpo ligero variable de exploradores y forrajeros y varios escuadrones pesados de choque, equipados con lanzas y espadas.
Una campaña militar típica husita comenzaba por la invasión del territorio hostil, generalmente del Emperador, con gran iniciativa y celeridad. Incluso llegaban a aquél antes de que las huestes enemigas se hubiesen concentrado, a la llamada imperial. Su caballería procedía a devastar las tierras enemigas, sembrando la alarma, el estupor y las huidas de paisanos, más allá de su alcance eficaz. Las ondas de conmoción creadas por su irrupción en la retaguardia enemiga, se extendían desde el foco generador por regiones enteras. Las pequeñas ciudades y puntos fuertes enemigos podían ser sitiados, apabullados y tomados, sirviéndose de su tren artillero y sus técnicas de sitio y aislamiento del enemigo. Todo esto atraía inevitablemente el avance en fuerza de las tropas imperiales y el ataque obligado e impetuoso a las fuerzas husitas.
Tras las primeras derrotas imperiales, cuando éstos divisaban el avance lejano de los carros husitas formando lineas de marcha, entonando los hombres a viva voz sus cánticos religiosos y con los estandartes de combate del Santo Cáliz desplegados al viento, sus ánimos se llenaban de inquietud y de dudas. Por más que sus jefes les recriminasen una y otra vez que, si no habían logrado antes la victoria sobre los husitas, había sido porque no habían luchado con suficiente celo, interés y esfuerzo por la verdadera fe y el emperador. Lo cual sólo les servía para que en la siguiente batalla se rompiesen la crisma contra la defensa husita con más intención, devoción y mayor convicción. El himno husita más característico, el Kdoz jsu bozi bojovnici o “Los que son combatientes de Dios”, llegó a inspirar varias piezas musicales.
Una agrupación de marcha husita avanzaba por el campo en 4 hileras de hasta 400 carros de ambos tipos. Ante la proximidad de la batalla, los carros blindados cerraban el cuadrilátero defensivo, colocándose en su periferia y encadenándose a sus contiguos. La mitad de sus tripulantes eran infantes equipados con sus armas de choque. Y defendían la línea de vehículos y a los tiradores y artilleros, de los enemigos que pudieran alcanzar el lado externo de sus carros. Los carros de carga formaban un recinto interno circular menor, que acogía a los caballos de tiro. Si era posible, reforzaban su posición temporal con un foso circundante. La flexibilidad husita, siempre a tracción animal, se manifestaba continuamente en el campo de batalla. Ante la amenaza lejana enemiga, no les importaba realizar una marcha retrógrada. Estableciendo luego su castillo andante, erizado de trampas para el enemigo, en una posición natural fácilmente reforzable. Y que bloqueara el avance imperial, atrayendo por ello más su ataque.
La caballería pesada era el arma de los nobles y caballeros. Ella les permitía dominar, avasallar y castigar a todos los siervos. Sirviéndose de la impunidad que les daban sus corazas y de la potencia de choque que lograban con sus caballerías a la carga. Pero los caballeros que llegaban a la línea de carros, la alcanzaban batidos por los fuegos husitas ligero y pesado, sin capacidad de combate suficiente para romperla. Ante ella eran vapuleados por sus infantes ocupantes, armados con mazas, picas y mayales reforzados. Cuando el enemigo desorganizado y quebrantado física y moralmente se retiraba o huía, la caballería pesada husita salía de su refugio tras los carros blindados. Y se lanzaba a perseguirlo y rematarlo, cubierta por el cuerpo ligero de jinetes. Era el momento de la exacción de la sangre, en el que las pérdidas imperiales recrecían. Y su derrota final impactaba honda e inexorablemente en el ánimo de los que conseguían alejarse y sobrevivir por esa vez.
A la vista de los resultados que obtenían, Ziska y los suyos fueron considerados pronto como socios del diablo. Lo cual acrecentaba y prolongaba su efecto moral y depresivo sobre sus enemigos. Esto lo proclamaban los nobles y el ejército imperial, para justificar su terca incapacidad para conocerlos, detectar sus puntos flacos o “flancos expuestos”, evolucionar y adaptarse a las condiciones de esa nueva forma de lucha.
(continuará)