Las Rebeliones Árabes

¿Van Hacia la Democracia, el Islamismo o el Bonapartismo?

Los militares egipcios, por cuestión de espíritu de cuerpo y de necesidad de supervivencia ante el enemigo hostil externo, son primero oficiales militares, luego patriotas egipcios y después, muy cerca también, musulmanes. Sus preferencias vitales van así. Esa idiosincrasia, esa necesidad esencial y su compromiso con la nación, se expresan y concretan en el entramado de empresas, corporaciones y puestos políticos medios que ocupan y controlan los militares egipcios. Que les garantizan su independencia de los poderes públicos “electos o impuestos”, siempre “pasajeros”, y a la inestabilidad social latente con un 30% de pobreza. Y que les brindan unos sueldos y sinecuras atractivos para los altos mandos y jefes militares. Parafraseando un adagio de la Edad Antigua, diríamos que, frente a Israel, “Egipto es un don de sus Fuerzas Armadas”.

El Desarrollo de la Situación.

En la segunda decena de agosto del 2012 el flamante presidente Mohamed Mursi destituyó del cargo de ministro de Defensa, al mariscal Husein Tantaui, jefe del Ejército egipcio y lo reemplazó por el general Abdul Fatah al-Sisi. Tras el ataque fundamentalista a un puesto de control militar cerca de la frontera con Gaza, en la península del Sinaí, que dejó 16 soldados muertos, Mohamed Mursi aprovechó esa crisis para deshacerse de la “camisa de fuerza” militar heredada de la dictadura laica. Y también abolió las enmiendas constitucionales que otorgaban al Ejército amplios poderes. Se habló entonces de que existía ya una generación de “jóvenes oficiales”, impregnados de islamismo. Contando con este “fenómeno” social, el partido “Libertad y Justicia” gubernamental (rama política de los Hermanos Musulmanes) podría apartar fácilmente a la cúpula dirigente militar de sus puestos de dominio excluyente sobre Egipto. Pero, esa teoría no se ajustó a la realidad…

Las Fuerzas Armadas egipcias cuentan con unos 450 mil hombres, de los cuales hay 300 mil en el Ejército. Las Policías tienen unos 350 mil efectivos y la Guardia Presidencial cuenta con 22 mil hombres. Las cifras varían según la fuente fidedigna que las aporta. Es el ejército mayor de África y el más experimentado. Esas Fuerzas Armadas son las segundas del Oriente Próximo y Medio, sólo por detrás de las de Irán. Aunque su “eficacia” frente a Israel haya sido baja. En 1956, Egipto fue invadido por una extraña coalición de israelíes, franceses e ingleses, tras la nacionalización del canal de Suez por Nasser. En 1967, los israelíes los echaron de la península del Sinaí en 6 días. En 1973 los egipcios penetraron por sorpresa, tras años de preparativos guiados por instructores soviéticos, la línea discontinua de fortines de Bar Lev, que protegía el Sinaí. Pero fueron frenados por el contraataque israelí y pasaron a la defensa rígida. Y Ariel Sharon se las arregló para cruzar Suez con una ugdah (brigada) combinada a retales, empleando las unidades que pudo, y aprovechando dos accesos ocultos al canal, cerca de la llamada “granja china”. Y los israelíes sembraron el terror, la confusión y la descomposición en la retaguardia militar egipcia. Llegando a aislar y cercar operativamente a su Tercer Ejército, al sur del frente del canal de Suez. El asentamiento de un régimen islamista en Egipto es uno de los demonios más temidos de su clase militar. Y no lo es tanto por sus características dictatoriales o religiosas radicales. Egipto ha sido el puntal principal de la paz global en Oriente Próximo en los últimos casi 40 años. Y los militares son los que más disfrutan de la paz. Porque ellos van delante de todos, poniendo sus muertos por el camino bélico decidido por los políticos, refugiados y a salvo en la retaguardia profunda nacional. Y un “gobierno musulmán radical intransigente” podría abocarse a una guerra con Israel, por aquello de la Yihad, de la defensa de Dar al-Islam y del enemigo sionista “ad portam”. Que son los tres tics de estos fanáticos iluminados obstruccionistas religiosos.

El gran problema de Mursi y de Erdogan (del partido de la Justicia y el Desarrollo turco) como máximos representantes de la actualidad política moderna del Islam en el Próximo Oriente y el Mediterráneo del Este, es la prisa por conseguir “resultados” y recibir el reconocimiento por ello. Es la maldita prisa por el triunfo rápido. Y, ahondando en la personalidad de los actores de primera, segunda…filas, su prisa la genera el “ego”. Sin “realizaciones evidentes y reconocidas por muchos”, el ego se frustra. Y por ello, estos gobernantes aceleran hasta la “velocidad de descarrilamiento social” los procesos de cambio e innovación de sus sociedades. Procesos sociales que son siempre de por sí lentos y poderosos. Este “ego comprometedor, exigente y siempre insaciable” es algo que se asienta en el “gobernante”, cuando éste no es un “estadista leal” a la nación. Capaz de emprender las reformas e innovaciones necesarias, aún sabiendo que los frutos de sus trabajos los recogerán los que gobiernen en otras legislaturas o períodos políticos. Y los islamistas electos, acuciados por sus prisas egocéntricas han estado “empujando” a sus rivales políticos y gobernando para sus propios movimientos nacionales e intereses inmediatos.

La organización de los Hermanos Musulmanes, una de las fuentes vivas y cristalinas de los islamistas modernos, ha sufrido a lo largo de los 85 años vividos desde su fundación por al-Morshed (el “Guía”) Hasan al-Banna, toda clase de avatares, sinsabores y persecuciones. Él y sus seguidores pretendieron crear una red islámica, que sirviera de contrapeso nada menos que al estado egipcio. En 1948, contando los Hermanos con cerca de 3 millones de miembros y simpatizantes activos, comenzó una persecución estatal contra ellos. Al-Banna murió de las heridas sufridas en un atentado callejero a primeros de 1949, transformándose entonces en el “Imán Mártir”. A los Césares romanos los transmutaban en Dios a su muerte. Como el Guadiana, la trayectoria de la cofradía se ha ocultado de las vistas ajenas durante largos e intermitentes períodos. Uno de los tics de los Hermanos dice: “Nasser nos mató, Sadat nos amnistió (aunque fundamentalistas lo mataron durante un desfile militar), Mubarak nos silenció”. Es fácil que ahora puedan añadir “Abdul Fatah al-Sisi nos desilusionó”. Pero su ideología permanece y sus “redes sociales”, superpuestas a la organización tribal, funcionan. La ideología les da una determinación para la acción, que es propia de los “grupos adoctrinados activos”. Los Hermanos son una cofradía paralegal del Islam. Y con el Zakat recibido (la limosna canónica del Islam) mantienen servicios de atención social de todas clases (escuelas elementales y madrasas, dispensarios, hospitales, ayudas a personas y familias). La ideología, la organización y su actuación cohesionan a la comunidad sunní en una “unidad de acción general” motivada, eficaz y resistente. Que es de muy difícil repetición o réplica por los laicos, los ateos no comunistas, los demócratas y otros enemigos potenciales. Los Hermanos Musulmanes de otros países del Próximo Oriente ayudan financieramente a los grupos afines sunníes.

Mursi es un “primus inter pares” en la cofradía de los Hermanos Musulmanes islamistas. Los islamistas no reconocen a los estados, ni a las naciones. Ni, por supuesto, aceptan la democracia liberal occidental. Sólo Allah es Legislador de los hombres. La esgrimida por las cancillerías occidentales “legitimación democrática del presidente elegido Mursi” es una blasfemia para ellos. Teocracia y democracia se excluyen esencialmente y se rechazan activamente en las ideas fundamentalistas islámicas. El Islam no admite una modernidad política, ni mucho menos religiosa. Todo está ya legislado y entregado a los hombres, a través de Mahoma, para su “cumplimiento sumiso” personal y en la Comunidad de los Creyentes o Umma. El partido Libertad y Justicia egipcio es una “apariencia” creada por los Hermanos Musulmanes. Destinada a complacer y entretener a sus adversarios laicos y a las naciones occidentales. En el largo año de mandato que ha tenido de gobierno, el partido y su cabeza visible se han ocupado de gobernar unilateralmente, favoreciendo los intereses político sociales y los plazos decididos por la cofradía. En puridad y en realidad, esto equivale a un “golpe de estado institucional” y a una “involución política” del estrenado sistema democrático egipcio, deseada y buscada por los Hermanos Musulmanes con fruición, disimulo y alevosía. Y, además, la mitad del país ha expresado en las urnas su rechazo y su abominación de esos fines socio religiosos y de sus prácticas políticas coactivas y excluyentes. Para facilitar “el acatamiento y la sumisión de los egipcios”, privados deliberadamente de “expectativas de progreso y desarrollo razonables”, es deseable que el país se desarme y se empobrezca relativamente. La “salvación de la crisis” ofrecida por los Hermanos Musulmanes es aceptar a la cofradía y a sus ideas, a la sharia y a toda su “organización social dedicada a ayudar, educar y promover la sanidad y el bienestar social”. Esto podría ser el inicio, un brote, el germen vivo y potencial, una entidad latente poderosa del añorado califato sunní. Parece que a los islamistas les va mucho el “vivir en la Edad Media”. Aunque estamos seguros de que a Allah, el Clemente y el Misericordioso, estas acciones perniciosas y esas ideas torcidas esgrimidas le desagradan y le entristecen. Un hadis o “comentario recogido y escrito” de Mahoma, dice: “En muchos casos, la tinta de los sabios es más útil para la Comunidad, que la sangre de los mártires”.

La Represión de las Revueltas Alentadas Armadas.

En medios occidentales se acusa a los militares egipcios de reprimir con violencia a los manifestantes islamistas desobedientes, exaltados y amotinados contra las autoridades. Para neutralizarlos y dispersarlos por “medios proporcionales y reglas ingenuas de enfrentamiento” tendrían que actuar en las distintas emboscadas, algaradas y acampadas casi tantos militares y policías como amotinados. Recuerden cuantos policías, apoyados por vehículos, empleamos nosotros para reducir y detener a un “presunto”. E invitar insistentemente a cada energúmeno recalcitrante (¿cuántas veces?) a dispersarse. ¿Es esto posible, digno, práctico y racional?

Veamos a nivel de fuerzas, puntos de aplicación y efectividad operativa, qué ocurre en las confrontaciones con la autoridad. La resultante de la “fuerza equivalente” de un “gran grupo” de rebeldes engreídos, muchos con armas blancas, bengalas y cascotes, apoyado por un número variable de tiradores y granaderos, es igual o superior a la de una “gran unidad” antidisturbios de las fuerzas de seguridad. La actuación de la fuerza profesional sobre aquélla es móvil, oportuna y concentrada en varios “puntos críticos vulnerables”. El uso de la “atrición armada” es mínima. Si la acción militar se basara en ella, los muertos serían, al menos, diez veces más de los declarados, para un igual efecto: espantar a la masa, que desaparezca su voluntad de resistencia y que se disperse en pequeños grupos inoperantes.

En las “masas oprimidas”, la “fuerza” está difuminada entre todos los componentes. Es muy pequeña personalmente, pero es enorme en su conjunto. Pero, no está cohesionada, concentrada en sectores decisivos por escalones, ni dirigida y controlada por los mandos en su conjunto. La masa se expresa en grupúsculos internos semi cohesionados. De ahí que sus resultados operativos sean bajos. Obtienen objetivos pequeños y actúan por la atrición, la rapiña, la confusión, el número y el desgaste. Dañando, perturbando, amedrentando y destruyendo en su “entorno” inmediato o cercano sin trascendencias militar. La peligrosidad de la masa amorfa y desbocada está en el contacto que realice contra blancos pequeños, sobre todo si son pacíficos y cívicos. Por eso, los grupúsculos hostiles de la masa, dirigidos por jefecillos de tres al cuarto y muy móviles, son especialmente ruinosos. Porque pueden concentrarse eficazmente en un “blanco de oportunidad” y saquearlo e incendiarlo rápidamente, dispersándose sin estorbos.

Desde el inicio de las algaradas contra el régimen de Mursi, en junio de 2013, se llevan identificados cincuenta casos de iglesias coptas cristianas destruidas por estos grupos de “indignados demócratas perseguidos” por todo Egipto. Que se autoaniman, se crecen y se entrenan con la destrucción de sus enemigos de religión. Y en otros países del Próximo Oriente ha ocurrido igual en toda una década. Cuando los países sufren sus cataclismos sociales por guerras, invasiones o revoluciones, los islamistas atacan de paso a los maronitas, a los coptos, a las comunidades cristianas sirias, a los feligreses del patriarcado de Babilonia de los caldeos. La emigración forzosa, las coacciones sistemáticas, los muertos y heridos y los daños a los bienes personales y familiares sufridos por los cristianos en esta zona geoestratégica alcanzan “niveles étnico religiosos” de “persecución y eliminación”. La actuación de los poderes occidentales los ignora ignominiosamente. Y se limita a exigir el respeto a “los resultados electorales y a la legitimidad institucional”.

(CONTINUARÁ)