La guerra de 2003 contra Sadam Hussein y el régimen del partido Baaz, iniciada el 20 de marzo, fue corta, precisa y asimétrica. Era un ejército de masas, fuertemente centralizado, aunque estuviera dotado de material y equipo modernos, el que se enfrentaba al ejército invasor de tercera generación, altamente tecnificado. Si al menos las divisiones iraquíes de los primeros escalones hubiesen tenido suficiente libertad de acción e iniciativa, habrían puesto en algunos aprietos tácticos a las divisiones estadounidenses de ciertos cuerpos de ejército. Que avanzaron con los flancos expuestos y formando columnas y agrupaciones de marcha confiadas. Tras la guerra, ganada el 15 de abril, los EEUU, con más de 250 mil tropas sobre el terreno, no sabían bien qué hacer. Y se convirtieron bastante bruscamente de “liberadores” en “fuerzas infieles de ocupación”, para los iraquíes. Y así, es en los primeros 4 años de ocupación, cuando se producen la mayor parte de las bajas de civiles y de combatientes irregulares iraquíes y de los aliados en una guerra de guerrillas o de cuarta generación.
Los insurrectos iraquíes llegaron a constituir para primeros de 2007 una miscelánea extraña, variada y no miscible. Que sólo permitía las colaboraciones esporádicas, principalmente logísticas, entre ellos. Complicándolo todo, había sobre el terreno miembros activos de las agencias de inteligencia más o menos hostiles a Occidente de Siria e Irán, al menos, pandillas de criminales comunes y grupos armados locales de jefes de clanes y señores de la guerra. Entonces, el general de 4 estrellas David Petraeus, con su cambio de estrategia político militar, comenzó a pacificar el país. Se acercó a los insurrectos sunníes y a sus tribus. Éstas fueron ignoradas por los EEUU hasta entonces, por constituir “reliquias sociales superadas por la democracia inorgánica”, Paul Brenan dixit, que no las necesitaba, ni sabía qué hacer con ellas. E incorporó a los sunníes, en un gran esfuerzo social, a la vida activa del país. Las bandas de insurrectos fueron convertidas en “milicias de auto defensa” del territorio, patrocinadas por los EEUU. Que para establecerlas se saltó la cadena de mando política y militar iraquí. Su misión era principalmente controlar y sofocar en sus áreas regionales tribales, las acciones de los insurrectos de “al-Qaida en Irak” y sus recidivas terroristas. Y los sunníes, que habían rehuido siempre su participación en la política iraquí de posguerra, por considerarse preteridos y aún maltratados por los chiíes, fueron convencidos por Petraeus de las ventajas de hacerlo también. Es el famoso “Despertar Sunní”, que lo fue en varios sentidos. Y desde 2008, los muertos militares y civiles de la guerra irregular de posguerra cayeron en picado y se mantuvieron controlados durante otros 4 años.
Este giro fundamental en la guerra de Irak le brindó un respiro profundo a Obama. Y le permitió “maquillar” su retirada militar del país ante la opinión pública estadounidense. A la que los temas de política exterior siempre le resultan espesos. La situación social en Irak estaba “relativamente” tranquila y el poder político quedaba en manos de un régimen “bastante” representativo del pueblo. Pero, como dijo el entonces secretario de Defensa Leon Panetta en la ceremonia de retirada en Bagdad, “Irak va a ser puesto a prueba (ahora) por el terrorismo y por las dificultades económicas y sociales no resueltas”. Por cierto, Panetta fue el jefe directo de Ashton Carter, el nuevo Secretario de Defensa de los EEUU, que recibe la tarea de concluir las guerras del Asia del Suroeste, que Obama no ha podido apagar en sus brasas. El jueves 15 de diciembre de 2011 tuvo lugar en Bagdad la ceremonia de arriada y recogida de una bandera de los EEUU. Con ello se cerraban los fastos de la marcha oficial de las fuerzas militares de ese país en Irak. Pero, ya el martes 20 de diciembre, cuando el polvo de la última columna estadounidense en retirada a Kuwait aún no había terminado de posarse, las estructuras de poder de Irak se conmocionaban. En efecto, algunos de los conmilitones sunníes del primer ministro chií Nuri al-Maliki le acusaron entonces de “pretender instaurar una dictadura en el mejor estilo de Sadam Hussein al-Tikriti”. Y la violencia sectaria pronto volvería a salpicar intermitentemente las ciudades de Irak, con una población no debidamente embridada o motivada por el inepto y engreído gobierno central chií.
Tras cerca de 9 años de presencia allí, que costaron la muerte de más de 4.800 militares aliados (casi 4.500 fueron estadounidenses), los EEUU dejaron a Irak algo mejor de como lo encontraron. Pero también puede decirse que no dejaron ninguna impronta o huella permanentes en el país. Que marcase la identidad sociocultural de Irak y que justificase tanta sangre (hubo unos 120 mil iraquíes muertos, por más que le pese al visionario Maduro, que dice también que Chávez se le aparece) y tanto tiempo y esfuerzo económico empeñado. El coste estimado de la guerra en Irak para los EEUU fue de más de un billón (español) de dólares. Y este coste y esas bajas no muy bien comprendidas en casa, unidos a que en los EEUU haya una Administración demócrata, gravitaron inexorable y fatalmente en el cambio de la estrategia militar del país, en la reducción de los costes de la Defensa y en la mayor atención y dedicación a los problemas internos de esa gran nación.
La nueva década para Siria e Irak.
Con unos deficits fiscal y exterior desbocados, se hacía necesario para los EEUU ahorrar en recursos militares, para dedicarlos “a construir una nación aquí, en casa”, como explicó el Presidente. Así, bajaron cualitativamente el listón del terror exterior, poniendo a “la Red” (al-Qaida) como único enemigo violento no estatal. La “red” terrorista islamista internacionalista, era entonces un objetivo asequible, adaptable y manejable para sus fuerzas y medios de incursión rápida puntual. Sin necesidad de empeñarse indefinidamente en la defensa (ocupación) de tierras extrañas allende los mares y ajenas a los intereses del pueblo estadounidense llano y votante. Los objetivos de la estrategia nacional estadounidenses son ahora más políticos que militares en el Asia Occidental islámica. “Esta ha sido una década difícil para nuestro país…(ahora) podemos alegrarnos de saber que la presión de las guerras está cediendo”, decía Obama. Se admite que los estadounidenses no fueron, ni son capaces de “dejar un Afganistán o un Irak perfecto”. Digamos que tampoco la democracia occidental es perfecta. Pero es comparativamente el menos injusto y el más eficaz de los sistemas políticos conocidos. Y, debidamente regulado por el juego de los poderes públicos y la probidad de sus agentes, fue el que permitió el advenimiento de las clases medias, numerosas, educadas, laboriosas y progresistas por todo el mundo. Que son el “humus primigenio” de las sociedades adelantadas modernas, que desarrollan y utilizan todos sus recursos y materiales en la seguridad, la prosperidad y el desarrollo humanos.
Un problema no menor de la gran estrategia de los estadounidenses es que carecen de un “liderazgo socio militar proyectado”, de una figura dirigente que les ofrezca iniciativa, esfuerzo, sudor y lágrimas para defender por unos años decisivos, una causa que sea aceptada por la mayoría del pueblo estadounidense. Se actuó en Irak para derrocar al régimen tiránico de Sadam y para traer una verdadera democracia inorgánica al país. Esto último no está conseguido, ni esta garantizado que se consiga. Y la doctrina Bush estableció, quizás sin ser explicada debidamente, ni aceptada, que esas “asymmetrical wars” (irregulares y con bajo nivel de equipamiento militar) se sostenían y eran necesarias, para alejar de los territorios estadounidense y de sus aliados, las amenazas del terrorismo fundamentalista foráneo de cualquier origen, religión o ideología.
Y, a primeros de 2011, como parte de las protestas sociales y conmociones políticas ocurridas en los países del Magreb y Oriente Próximo, enmarcadas en lo que se llamó la Primavera Árabe, en Siria comenzaron a manifestarse en paz las clases populares. Pero, pronto se enconó la situación social. El inicio de la crisis político social, el viernes 15 de marzo de 2011, se denominó el Día de la Ira, por la represión de las manifestaciones antigubernamentales iniciadas el 26 de enero anterior. Lejos quedaron las manifestaciones de los jóvenes opositores sirios, que no veían a la violencia como una opción aceptable de liberación nacional. Sin embargo, algunos analistas defendieron que las ejecuciones ilegales de soldados, policías y civiles afectos al régimen, comenzaron casi desde el inicio de las protestas generalizadas. Y otros atribuyeron la exacerbación de las posturas enfrentadas a la represión selectiva y progresiva del régimen. También casi desde el principio ocurrieron los atentados indiscriminados con bombas en Damasco y otras ciudades, con decenas de muertos y heridos. Que buscaban soliviantar todos los ánimos, que cada uno atribuyese la autoría al bando rival y provocar la conmoción social en Siria. Ellos fueron atribuidos con gran seguridad al “Frente al-Nusrah para la Liberación de los Pueblos de Oriente”, la franquicia yihadista local leal a al-Qaida. Y, así, Siria se encaminó a velocidad de descarrilamiento “a la guerra civil y a la fractura social”. Ahora, estos “fenómenos catastróficos” son casi irresolubles, por la entrada entre los combatientes antigubernamentales de los yihadistas internacionales de al-Qaida, por el cisma que sufrió ésta (la aparición del EISL mejor guerrero y capaz de ocupar y defender territorio enemigo) y sus recidivas, el Frente Islámico anti al-Qaida y el novísimo Ejército de los Muyahidines sirios. Y porque, los yihadistas son, sus actos lo demuestran, asesinos inmisericordes de iraquíes y sirios.
Desde el primer trimestre de 2013, Bashar al-Assad echó mano intermitentemente de su arsenal químico para contener y aterrorizar a las masas enemigas urbanas. Las concentraciones estáticas de enemigos son objetivos favorables para estas armas. Ya que sus objetivos son blancos de área. Como lo fueron las defensas atrincheradas de la I guerra mundial en el frente occidental y las masas en formación cerrada atacando en campo abierto (por ejemplo, los basijs iraníes, en la zona anterior del límite de la defensa preparada y fortificada iraquí). Seis meses después, los ataques con armas químicas habían ocurrido en diversas poblaciones y barrios de Damasco. Y para el mes de agosto de 2013 el escándalo internacional era demasiado extenso. “Los restos de proyectiles y los síntomas de las víctimas de los ataques del 21 de agosto en Ghouta, un barrio periférico de Damasco, ofrecen evidencias reveladoras sobre los sistemas de armas utilizados”, comentó el director de la división de Emergencias del observatorio Human Rights Watch. “Estas evidencias sugieren de manera persuasiva que tropas del gobierno sirio lanzaron proyectiles cargados con agentes químicos en los suburbios de Damasco durante esa madrugada fatídica”. “La evidencia relativa al tipo de proyectiles y dispositivos de lanzamiento utilizados en estos ataques sugiere firmemente que se trata de sistemas de armas que, según se sabe y existen constancias, solamente están en poder de fuerzas armadas el gobierno sirio”, señaló el citado observatorio. Y Obama declaró un “inminente e indefinido” ataque aéreo sobre los centros militares sirios, como respuesta de la comunidad internacional.
La situación era tan amenazante que el Papa Francisco proclamó “in extremis” una “jornada de oración y ayuno por la paz en Siria” para el sábado 7 de septiembre de 2013. Y estuvo acompañando unas 4 horas el rezo del pueblo en la Pza. de San Pedro. A las pocas horas, Vladimir Putin propuso a los Poderes internacionales (incluyendo a la inoperante ONU, que en los conflictos internacionales sólo sirve para dar un hipócrita sello de legalidad a las cosas cocinadas en el juego de poderes) la destrucción “in situ” del arsenal químico de los sirios de Bashar al-Assad y no su directo bombardeo aéreo. Esto cogió a Francia y a los EEUU con el pie cambiado. Y a Obama, que había pedido el apoyo del Congreso para su ataque aéreo (“necesario por la brutalidad del Gobierno sirio con su población”), dedicado a buscar apoyos entre los legisladores. Porque veía que las dos Cámaras le iban a rechazar hasta sus planes de intervención más menguados.
(CONTINUARÁ)