Ambas operaciones constituyen un «par de fuerzas” no antagónicas, necesarias y complementarias para emplear armónica y oportunamente los medios militares, buscando obtener unos objetivos que nos niega violentamente un enemigo. El combate consiste en la utilización de la capacidad de combate y el movimiento operativo se basa en el empleo de la capacidad de movimiento operativo, ambos de un sistema militar.
Introducción.
Ambos “fuerzas” forman una unidad de actuación, de manera que una sin la otra no pueden existir, desde los puntos de vista conceptual y práctico de la máquina de guerra. Aunque en la fase de predominio de una de las fuerzas citadas, es decir, durante su empleo, ella se destaque más claramente que la otra en sus efectos y en su percepción por los observadores.
El combate sin oportunidad y trascendencia operativa cae finalmente en el desgaste humano y material insoportable, en el choque brutal y sucesivo, costoso en sus resultados, en la enervación y la degradación de los participantes, pudiendo llegar al “caos nacido de sí mismo”. Como ejemplo podemos pensar en los combates del frente occidental en la I Guerra Mundial. En ellos se originaron, en un puro rozamiento táctico, operaciones lentísimas, estabilizadas e indecisas en sus resultados y terribles en sus costes personales y económicos.
El movimiento operativo que rehuya sistemáticamente el combate cae también en la falta de decisión y de trascendencia, en el arabesco superfluo, inútil y despilfarrador, en el agotamiento logístico y en la parálisis final. Como ejemplo parcial, tenemos la época de John Churchill, primer duque de Marlborough, y del Mariscal de Sajonia, que se caracterizó por operaciones móviles y poco decisivas.
Como ejemplo de la síntesis de ambos factores en un sistema de guerra casi perfecto en su momento, veremos brevemente el arte de la guerra de los mongoles y sus conquistas e invasiones, que llegaron a amenazar seriamente el centro de Europa a mediados del siglo XIII.
La Guerra de los Mongoles: una síntesis armónica del combate y del movimiento operativo.
Por una parte, poseían una capacidad de movimiento increíble y consistente, basada en unas necesidades mínimas que eran cubiertas por una logística de expolio sobre el terreno y siguiendo las zonas de grandes pastos en su avance, contando con varias cabalgaduras para cada jinete. Las cuales los proveían simultáneamente de carne y de transporte para sus rápidas operaciones de combate y de movimiento. Un pequeño y robusto caballo mongol proporcionaba la ración diaria de carne para más de 100 mongoles en campaña. Su capacidad de movimiento se combinaba con unas tácticas depuradas, simples y contundentes, que seguían con disciplina y que se basaban en sus experiencias de caza con el arco compuesto, en el manejo de sus rebaños y en su conocimiento de los sentimientos humanos que el combate saca a relucir. Su pericia con dicha arma, que requiere largo tiempo para adquirirse y que es necesario entrenar frecuentemente, se derivaba de su actividad productiva como pastores de rebaños nómadas, con mucho tiempo libre.
¿Cuál era la zona operativa de los mongoles?
No tenían, ni la necesitaban. Su grado de alistamiento óptimo era, a la vez, sencillo, eficaz y rápido de alcanzar. Parten de “su” zona estratégica, definida por el avance y la localización de sus poblados nómadas, jamás observados ni sospechados por sus enemigos, a la zona táctica con él. Sin necesidad de la transición o adaptación que imponen la complejidad de la tecnología fabril y de los grupos de armas combinadas y sus despliegues y de toda la cadena logística de un ejército. Sus operaciones no necesitan el soporte físico de la zona operativa.
Delante del frente discontinuo de las posiciones de sus enemigos, existe una zona amplia, desprotegida y vacía, no controlada por nadie, que los mongoles utilizan al máximo para su acercamiento estratégico. No hay en ella, por parte de sus enemigos, nada que recuerde a los destacamentos avanzados que luchen o exploren en forma móvil. A pesar de que el mariscal de Sajonia en un contexto bélico similar, porque no existía aún la mecanización de los ejércitos, ni el fuego a larga distancia, advierte que pueden ser relativamente seguros, en sus operaciones independientes de las fuerzas que los avanzan.
Este doble carácter, puntual de los combates e independiente de ellos en las operaciones, favorece al máximo al arte de la guerra mongol, que es siempre operativamente ofensivo.
La preocupación mongola hacia el enemigo es generalmente estratégica, pensando en sus flancos expuestos al nivel de los países ocupados. De alguna manera está originada en su siempre exiguo número para los objetivos encomendados o buscados. Y en la no invencibilidad táctica de sus fuerzas, si dan con un enemigo organizado, hábil y, sobre todo, sereno. Gengis Khan, en 1221, tras la conquista del imperio musulmán de Samarkanda, situado en el Turquestán, Persia y Afganistán, saqueó sistemáticamente Afganistán. Su hijo Tului mató a la mayor parte de los habitantes del norte de Persia (Khorasan). Con ello protegían el flanco sur del imperio.
En 1241 unos 100000 mongoles cruzan la frontera polaco-ucraniana para atacar Hungría. Unos 20 mil hombres, dos tumanes o divisiones mongolas, a las órdenes de los príncipes Baidar y Kadan, se ocupan de asegurar que los húngaros no recibirán refuerzos de Polonia, Alemania o Bohemia. Para ello derrotan a las concentraciones de las fuerzas de esas naciones en Chmielnik (atrayendo al enemigo en su persecución, sin previa lucha, a una emboscada, apareciendo ante él como una partida de incursión que se retiraba a su base), a unos 18 Kms de Cracovia, y en Liegnitz (mediante una mangudai), a unos 60 Kms al oeste de Breslau. Con esta última victoria y una finta de penetrar en Alemania, alejan hasta más 400 Kms de Hungría al rey Wenceslao de Bohemia, que retrocede para defender sus tierras. En menos de un mes, el destacamento mongol había recorrido unos 650 Kms y luchado dos batallas decisivas para sus planes. Polonia quedaba aturdida y postrada tras su paso y los alemanes al oeste del Oder, se preparaban para defender sus tierras. Con ello protegían también sus comunicaciones por tierra con Ucrania, su base de partida, donde quedaban sus poblados nómadas. Que eran incapaces de seguir o apoyar logísticamente avances tan espectaculares.
Sus grandes unidades, divisiones o tumanes avanzan siempre encubiertas, disimuladas e informadas por lo que era una exploración operativa con capacidad de combate. Se basaba en escuadrones de caballería ligera (arqueros protegidos con un guateado de seda que envolvía, aislaba y permitía retirar muy fácilmente las puntas de flechas enemigas) de 50 a 100 hombres. Los tanteos exploratorios de éstos y su rápido movimiento contribuían, además, directamente a despistar y a amedrentar a un enemigo, que desconocía la función de estas unidades. Y que muchas veces las tomaba por la vanguardia de los gruesos. Y veía mongoles por todas partes.
Esta función de la exploración operativa no ha sido reconocida siempre por los ejércitos modernos. Los alemanes fueron maestros en ella, especialmente en los teatros, como el africano y el soviético, donde los frentes discontinuos y el vacío de las zonas operativas enemigas la permitían. En el US Army no la practican; utilizan la exploración de combate a la que llaman muy significativamente combat reconnoissance (reconocimiento).
Independiente de dicha exploración de su zona de operaciones inmediata, los mongoles mantenían otra actividad exploratoria estratégica, como generadora de inteligencia de uso inmediato: el espionaje y el empleo de agentes comprados a su servicio en el interior de los países enemigos. Con ello buscaban conocer las características de esas naciones y las alianzas y divisiones existentes entre ellas.
(CONTINUARÁ)