(FINAL)
Una táctica favorita de los mongoles, especialmente eficaz cuando su enemigo estaba deseando el encuentro o se mostraba más confiado en su éxito, por razones de la pura superioridad numérica inicial, era la “mangudai”. Consistía en que un cuerpo de “ejército” mongol, inferior al enemigo, se empeñaba seriamente en la lucha. Su tamaño era lo suficientemente grande para que el esfuerzo mongol se considerase importante. Con ello iba a atraer mentalmente al enemigo y a apartarlo de cualquier otro pensamiento o posibilidad. Tras una dura batalla, el puro peso del enemigo obligaba al cuerpo mongol a retroceder. Lo que era una retirada táctica, nunca realmente desordenada, se tomaba por el enemigo por una derrota explotable. Su desconocimiento total y permanente de los mongoles no le hacía sospechar nada. Y su deseo de la victoria, acrecentado por el verdadero esfuerzo realizado en el combate, no le dejaba ver más allá.
La persecución anhelante terminaba dispersando las formaciones cerradas y sólidas de los jinetes enemigos. En un momento de la persecución, siempre lejos del resto de las fuerzas enemigas que aguardaban, surgía el grueso de la caballería pesada mongola, escondida, fresca y lanzada al choque. Que terminaba por deshacer a los grupos de caballería inconexos, en los que se habían dispersado los perseguidores. Tras una auténtica cacería, las fuerzas enemigas que quedaban en las posiciones iniciales en la batalla, bien se dispersaban o eran a su vez atacadas por el conjunto de las fuerzas mongolas.
El funcionamiento moderno del binomio combate y movimiento operativo.
En la práctica llevada con “sentido correcto”, los combates y los movimientos operativos se renuevan cíclicamente sin cesar en sus posibilidades. Dándose mutuamente nuevos impulsos, oportunidades y razones de actuación. En esta colaboración íntima van se perfilando y consolidando decisiones y resultados, hasta obtener los objetivos marcados.
El movimiento operativo de la unidad en operaciones, volviendo al símil de la fuerza física, es como una fuerza no aplicada, potencial, que no produce aún ningún trabajo. Por ejemplo, un gas libre, una corriente de agua. Su carácter potencial y percibido por el enemigo como amenaza es el que genera el efecto desorganizador y dislocador de aquél en su avance operativo.
El combate es como una fuerza concentrada y regulada, cinética, capaz de desarrollar inmediatamente el servicio que se le requiere. Por ejemplo, el vapor saliendo de su caldera para impulsar una locomotora, el agua moviendo los álabes de la turbina de una presa.
Otra pareja de “opuestos” complementarios, mucho más aceptada en la práctica y mejor percibida y entendida, existe en los sistemas de armas combinadas y es el factor eficaz de éstos.
Se trata de la cooperación entre la infantería mecanizada y los tanques, derivada de la capacidad de combate cercana de la primera y de la protección y la potencia de fuego directo de los segundos, reunidos en velocidades tácticas y operativas comparables. Ambas fuerzas mantienen el impulso y el choque del cuerpo blindado, según las oportunidades que se le ofrecen, enmarcadas por la intención propia y la del enemigo y sus medios y la transitabilidad del terreno.
Tenemos que recordar que a finales de la década de los años 80 y primeros de los 90 del pasado siglo, los proponentes de la guerra de maniobras (Maneuver Warfare) en los EE.UU. daban a entender en la exposición de sus argumentos, que el combate (malo) perjudicaba al movimiento (bueno). Esto es una simplificación teórica.
Pero, sin el combate no hay decisión y sin movimiento operativo no hay explotación de las zonas operativa y estratégica enemigas o combates muy provechosos, con enemigos dislocados en sus despliegues. Un cuerpo móvil genera “influencia” sobre el enemigo, porque le hace daño (combates) o es capaz de hacérselo en partes vitales del despliegue (puede llegar a ellas en tiempo razonable). La disuasión nuclear funcionaba porque su capacidad de destrucción era real e intolerable y su posible empleo, creíble.
El movimiento operativo y el combate son instrumentos necesarios, complementarios, cooperadores y mutuamente trascendentes de la estrategia operativa. El problema y la contradicción surgirán cuando, privados de la libertad de acción, tengamos que emplear contra nuestra voluntad una de las capacidades en sustitución y detrimento de la otra, para generar un nuevo impulso para continuar nuestra acción militar. Esta sustitución no deseada tiene un grave efecto perjudicial sobre el “tiempo total” de planificación, preparación y realización de la operación decidida, sea combate o movimiento. Por tanto, durante una marcha, tener que afrontar un combate “no deseado” es un tremendo demoledor del “tiempo” de la operación y un despilfarro de la capacidad de combate de nuestras unidades.
En la fase de movimiento debemos considerar al combate como secundario, emplearlo contra objetivos de oportunidad o de aseguramiento del sector de avance, y, sobre todo, evitar que nos lo imponga el enemigo. En la fase de combate tenemos que utilizar la capacidad de combate según las normas tácticas establecidas y buscando en la concepción de aquél, que la decisión tenga trascendencia en la estrategia operativa. Esta mutua trascendencia buscada y necesaria surge del impulsarse y potenciarse una capacidad a la otra en sus respectivas operaciones. Con un efecto multiplicador sobre los resultados finales, a veces insospechado a priori.
En el sentir ese “ritmo” especial está una señal bastante segura de que nos hemos apoderado consistentemente de la libertad de acción y de que estamos operando correctamente con la naturaleza de la guerra a nuestro favor.
Las características específicas del combate son:
Su gran intensidad en un medio tácticamente “denso”, con pesadez operativa. El agotamiento de la capacidad de combate, con pérdida de la “influencia” sobre el enemigo, al no poderlo dañar, tanto o más. El mantenimiento de la capacidad de movimiento para realizar la explotación operativa.
El combate nos permite ganar “impulso” operativo a nuestras acciones mediante la ruptura y la penetración y el envolvimiento y las persecuciones y con la defensa retardante, cuando nos vemos obligados a detener nuestro avance y, en general, con el aprovechamiento de las oportunidades tácticas.
Las características específicas del movimiento operativo son:
La ligereza operativa, en forma de una elevada velocidad de marcha. El agotamiento de la capacidad de movimiento, con pérdida de la “influencia” sobre el enemigo, al no poder llegar a él. El mantenimiento de la capacidad de combate, como sistema de armas combinadas equilibrado.
El movimiento operativo se “atasca” con la mala “transitabilidad” de los terrenos, incluyendo la provocada por el enemigo (campos de minas y obstáculos reforzados y cubiertos) al acudir voluntaria u obligadamente al fuego y al movimiento táctico; con la falta de abastecimientos o con la dislocación de los grupos móviles de su “masa de apoyo”; con los cambios de despliegues y las reorganizaciones de las fuerzas y con las incertidumbres (falta de inteligencia) e indecisiones o dudas del mando. Llamamos «grupos móviles» a las fuerzas de armas combinadas, con predominio de las más móviles y eficaces, que son destacadas oportunamente por la “masa de apoyo” (vulgo, el gran grueso), y preferentemente para la amplia explotación de la retaguardia operativa enemiga.
Por último, una buena organización logística, soportada en una “línea de comunicación” segura (defendida) y con suficiente capacidad de tránsito, permitirá reponer adecuadamente en todo momento las capacidades de combate y de movimiento operativo, erosionados y desgastadas por los cuerpos móviles y por sus masas de apoyos o retaguardia en sus diferentes operaciones, buscando los objetivos señalados por el mando.