El Órdago de Putin al Oeste.
Antecedentes primarios.
La Rusia de Putin, tras el paréntesis difícil e indiferenciado de Boris Yeltsin, se adapta aún desde una transición traumática a una democracia formalista. Que no está reflejada todavía en sus estructuras de poder y de administración.
Tras Yeltsin, las autoridades tuvieron que liberarse de la “oligarquía neocapitalista mafiosa”, que buscaba una “forma” política amorfa, específica y de amplia cúspide, que gobernara el país y controlara la alternancia de los partidos en elecciones más o menos libres. En esas “estructuras rusas” se está transmutando todo el aparato supervisor y burocrático de la URSS, creado a lo largo de 70 años de férrea dictadura del PC. Por lo cual, no es casual el origen profesional y las maneras presidencialistas de Vladimir Putin.
Dicho aparato estatal le da a la nueva Rusia una creatividad y una flexibilidad operativa internacional, que no tienen los competidores más “asentados, protocolizados y super reglamentados”. En la práctica ocurre lo que diríamos de un buen púgil estilista: “tiene mucha cintura”.
Baste recordar lo ocurrido tras el 7 de septiembre de 2014, con la amenaza de los bombardeos estadounidenses a Siria. A las pocas horas, Putin propuso a los Poderes internacionales (incluyendo a la inoperante ONU, que en los conflictos internacionales sólo sirve para dar un hipócrita sello de legalidad a las cosas) la destrucción “in situ” del arsenal químico de los sirios de Bashar al-Assad y no su bombardeo aéreo. Esto cogió a Francia y a los EEUU con el pie cambiado. Y al Nobel de la Paz Obama, que había pedido el apoyo del Congreso para su ataque aéreo (“necesario por la brutalidad del Gobierno sirio con su población”), buscando como loco apoyos entre los legisladores, porque veía que le rechazaban hasta sus planes de intervención más menguados.
La pérdida de sus “aliados controlados” del Pacto de Varsovia y del COMECON, tras la guerra fría, sólo le dejan a Rusia buscar geográficamente “nuevas influencias” hacia el Asia central, desde Siria a la India y Vietnam. Turquía es un enemigo proverbial de los rusos. Aunque ahora Erdogan, después de haber derribado un avión ruso de apoyo a tierra en el noroeste de Siria, se haya vuelto muy amigo de Putin. Pero esto es consecuencia de una coyuntura, por no decir que es sólo anecdótico. China es un “socio, competidor y rival”, si vale esta definición polivalente, que hace que ninguna de las expresiones lo sea en plenitud. En Afganistán nunca han podido asentarse. También los rusos intentan ganar y mantener en su “esfera política y comercial” a las nuevas repúblicas centroasiáticas islámicas turcomanas y a las repúblicas ex soviéticas eslavas. Pero, hasta ahora, la Unión Aduanera creada por Rusia solamente incluye a la Rusia Blanca o Bielorrusia y a Kazajistán.
Siguiendo sus estilos directos, imperiosos y operantes, a mediados de diciembre de 2013, Putin lanzó un fuerte órdago a Ucrania, para que pasara a formar parte de esa “esfera de coprosperidad” ruso turcomana: le ofreció bajar un 33% el precio de cesión del gas ruso, del que Ucrania es receptor y revendedor. Y, para salvarle de la quiebra financiera y no tuviera que lanzarse para ello en manos de la Troika comunitaria, le cedería hasta $15 mil millones en créditos blandos. Mientras, en Ucrania los problemas socio políticos recién surgidos llevaron a una fortísima polarización del país. Formándose dos mitades casi antagónicas: donde la parte al oeste de Crimea, quiere alejarse de Moscú y la mitad al este de esa península busca estrechar los lazos con Rusia.
Ucrania es por historia y por demografía parte de la Europa limitada al este por los Urales. Y Ucrania es por oportunidad política y momento histórico parte de la Europa democrática y liberal centro occidental. Que forma junto con los Estados Unidos, que actúa como el otro “polo vibrante” fundamental al otro lado del Atlántico, la “civilización occidental”. Un gran problema se planteó, no sólo a Ucrania, sino a sus vecinos al Este y al Oeste. Y es conseguir que las fuerzas antagonistas e irreconciliables, que se enfrentan en Ucrania, desgarrando su patria, se conviertan en fuerzas complementarias y necesarias entre sí.
Y es una gran labor conjunta, desinteresada, con altura de miras y dirigida por estadistas, la que hay que desarrollar para conseguirlo y alejar los espantajos que se vislumbran en su horizontes socio político. De no conseguirse esa “fusión de intereses”, que esa es la misión de la Política, la alternativa sería mala para todos, nacionales y vecinos cercanos y lejanos. Y la herida sólo se cerraría en falso y por un tiempo imprevisible.
Para Rusia, Ucrania es algo más que un aliado estratégico. Como lo serían el Imperio japonés, la Europa Occidental o la Gran Bretaña para los EEUU. Ucrania es parte de la esencia nacional rusa. En Ucrania nació hace muchos cientos de años, el germen fuerte y prometedor de la nación rusa, la Rus. Tras la caida de la URSS en 1989, Rusia se enfrentó a un cataclismo disruptor, potencialmente rupturista: la Revolución Naranja de 2004 de Julia Timoshenko. Rusia debía haberla digerido y neutralizado o asimilado, lenta y pacíficamente. Pero, los ucranianos prorrusos y sus aliados rusos optaron por contenerla y apagarla.
Fue lo más fácil, pero dejaron unas brasas potentes bajo la capa de cenizas. Y el problema latente resurgió virulento y casi descontrolado. Las “ofertas irresistibles” de la Unión Europea a Ucrania no se concretaron, ni, por supuesto, se materializaron. Más allá de los informes y briefings de una burocracia europea, anquilosada, sin imaginación ni coraje moral, que se protege y autogestiona.
Comienzan los enfrentamientos armados.
Para el 19 o 20 de febrero de 2014 se generalizó el uso de tiradores libres de la policía y de las fuerzas de seguridad especiales ucranianas contra los manifestantes más díscolos o destacados de las revueltas populares, especialmente en Kiev. Desde entonces, la oposición armada de la Novarussia (así autodenominan los separatistas prorrusos a su territorio de la cuenca del Donbass y zonas adyacentes), apoyada por los rusos con equipos militares (entremezclados con convoyes de supuesta ayuda humanitaria para la población civil de la región) y “grupos” de voluntarios internacionalistas, incluso veteranos chechenos prorrusos, y el gobierno central de Kiev, con el presidente (hasta 2019) Petró Poroshenko a la cabeza, han seguido una estrategia operativa del tira y afloja, del cachumbambé o balancín. Donde todo está bastante medido y controlado, para ir avanzando cada parte por pasos medidos y contados. Sin que se les desboque irreversiblemente el animal de la guerra abierta entre naciones y alianzas.
El avance incontenible de los sediciosos obligó al gobierno de Kiev a pedir “negociaciones”. Se firman entonces los dos llamados acuerdos de Minsk entre Ucrania y sus sediciosos, de setiembre de 2014, fracasado, y de febrero de 2015, refrendado por Rusia, Alemania y Francia. Que consiguen reducir los enfrentamientos en el este de Ucrania. Pero, que son violados reiteradamente por los dos rivales armados.
Antecedentes inmediatos.
Ahora, Rusia quiere volver por sus derechos, tradiciones e influencias en Ucrania. O se tendrá que contentar con convertirse en un “estado nación”, sin “esferas de coprosperidad” dependientes, participativas y ventajosas para todos los estados asociados.
El primer objetivo estratégico de Putin fue la recuperación de Crimea, en su status hasta 1954. Las sucesivas acciones operativas rusas fueron trascendentes y eficaces para lograrlo. Por Crimea, el Occidente liberal y mercantil no iba a ir a una confrontación abierta total.
El otro objetivo, a continuación, es recuperar y/o mantener una hegemonía política social y económica en el sureste europeo. Y éste es un objetivo cualitativamente muy diferente del anterior. Que supone un gran órdago para todos los actores del drama. Éste es un objetivo de la Gran Estrategia o Estrategia Nacional de Rusia. Y aboca esencialmente al choque entre dos civilizaciones pujantes, expansivas y excluyentes, por definición y por naturaleza.
Toda la credibilidad, las capacidades militares y económicas y la atracción ejemplarizante de los EEUU y de la Europa Centro Occidental desaparecerán como referentes y marchamos de la democracia y la libertad de los países, si no defienden, como a sí mismos, la independencia y la soberanía de Ucrania frente a acciones hostiles de terceros…
Los opuestos a la actuación rusa, la UE, los EEUU y sus otros socios del G-7, alegan que la constitución y las leyes de Ucrania prohíben la secesión unilateral del este de Ucrania. Esto es tan tópico, que resulta normal y repetitivo. Todo estado se quiere siempre blindar, para evitar rupturas y desgarramientos, sobre todo los de origen interno. Y al sedicioso armado se le procura privar de todos los posibles derechos como beligerante, incluso “de hecho”. Y se le califica de traidor, bandido, colaborador con el enemigo externo, vende patrias, etc., según las épocas, las ideologías y los países. También arguyen los aliados occidentales que esa secesión iría contra las leyes internacionales. Pero esto es una opinión más.
Las “fuentes del derecho” son múltiples, diferentes y reconocidas. Entre ellas están las revoluciones, las guerras y las conquistas. Pero, sin tener que abrevar en ellas, por violentas, turbias y de resultados impredecibles, existen también acciones legales que favorecen y apoyan la actuación rusa. Rusia quiere proteger su territorio nacional con unas “marcas”, de origen medieval, con unos estados tampón o colchón, que lo protejan de la acción directa de vecinos enemigos y hostiles.
El órdago de Putin al Oeste.
Putin y su Consejo de Seguridad Nacional han percibido, a casi 8 años de la ocupación militar de Crimea, la existencia de una etapa político económica de extrema debilidad de Occidente.
En Europa, la pandemia vírica no remite. Prolongando su permanencia y aumentando las incertidumbres sobre el tiempo de la recuperación económica y su fuerza en sus distintos países integrantes. Macron es un verso libre, encantado de conocerse y deseando arrebatarle a Olaf Scholz, el liderazgo que Alemania tiene como “locomotora de Europa”.
En los EEUU, Biden se enfrenta a sus problemas internos para sacar adelante sus planes de inversiones en infraestructuras. Y a la amenaza de tener un Congreso opuesto y beligerante (COB) a partir del otoño que viene. Su popularidad es risible y se ha disipado en un año.
La retirada abrupta e imprevista de Afganistán creó e imprimió carácter. ¿Para que se quieren a la NSA (“not such agency”), la CIA, Rand y todos los Think Tank de estudios e investigaciones? Con menos recursos y personal se pueden conseguir mejores resultados. Y el abandono de los aliados nativos solamente mantiene y corrobora esa tendencia; ya observada en los otros países por donde los EEUU pasaron en las últimas décadas.
Rusia ha dado ahora un salto cualitativo para conseguir sus objetivos en Ucrania. Está empleando las armas para realizar una “amenaza cierta” en apariencia. Los batallones de armas combinadas, que son una “brigada corta”, están desplegados por decenas en su frontera oeste con Ucrania. Para lanzar un ataque súbito y sorpresivo, deberían estar más desplegados y a unas decenas de Km en la profundidad hacia Voronezh. Pero, para que la percepción de la amenaza cierta se haga evidente para los políticos y medios informativos de Occidente, Rusia ha avanzado su despliegue junto al objetivo.
Y, para aumentar su resonancia y eficacia sobre las mentes rectoras rivales, está utilizando los medios de la estrategia nacional híbrida. Maniobras conjuntas con buques iraníes y chinos en el Índico; amenazas de cortes del suministro de gas a Alemania y Ucrania; pequeños movimientos de tropas en el Caribe y seguramente, sembrando de “noticias falsas” las redes sociales en Internet…
El pasar a los hechos bélicos iría realmente contra la estrategia nacional de Rusia. A la que el empleo de una estrategia indirecta, por pasos cortos y deliberados, le ha dado hasta ahora grandes resultados. Y, los daños de la guerra serían insoportables. Creo está suficientemente claro.
No nos atrevemos a lanzar un pronóstico más preciso, ya que estos son frágiles. Y no tenemos más datos de los que podemos adquirir en los medios, ni más análisis y deducciones que los propios.