(FINAL del Estudio sobre Francia, Gran Bretaña, Portugal, España y China imperial en América)
Ya a finales del siglo XVIII, las preocupaciones económicas y sociales aseguraron la unidad del Brasil. Los “señores de plantaciones y/o ingenios” dominaban la economía. La población se concentraba en el rosario de ciudades costeras, separadas entre sí por distancias menores que en la España americana. Las élites eran más homogéneas ideológicamente que las españolas. Y esto se debió a que Portugal nunca permitió la creación de universidades en la colonia. En las universidades españolas repartidas por toda América se graduaron 150 mil estudiantes en los últimos 100 años de dominio español. Brasil no produjo jamás un universitario. Cuando se solicitó la creación de una Facultad de Medicina, en Río de Janeiro, se comentó “ahora piden una Facultad de Medicina y, luego, querrán una de Derecho. Y, después, pedirán la independencia”.
En 1808, cuando Napoleón invadía Portugal, el príncipe regente Juan se refugió en Brasil. Llevándose consigo hasta 15 mil personas de la corte y la administración general. La presencia del rey sirvió como legitimidad dinástica, política y social para mantener unida la colonia. La clase alta brasileña aceptó también la autoridad central de Río de Janeiro por el miedo a una revuelta catastrófica de esclavos en Brasil. Tras la derrota total de Napoleón, Juan VI creó el reino Unido de Portugal, Brasil y Algarve. Juan fue requerido a volver a Lisboa en 1820 y tuvo que aceptar una constitución liberal en Portugal. La administración de Brasil quedó en manos de su hijo Pedro y éste declaró la independencia de Portugal en 1822. Estableciendo una monarquía constitucional con él como rey.
Brasil tenía unas estructuras sociales anquilosadas y estériles, que mantenían una pirámide social muy amplia en la base y un vértice superior pequeño, casi inaccesible y controlador. No había en la colonia espacio, ni oportunidad para que surgieran grupos de pensadores honestos y libres en una burguesía liberal y económica. Que fueran el fermento de cambio de la sociedad brasileña hacia su madurez, su empoderamiento y su expansión, como guías del pueblo. Que, si la Historia acercaba la oportunidad, lo condujeran a la independencia.
América y España.
También tenemos otra posibilidad a considerar. Que los amerindios hubiesen mantenido una soberanía diferente y variada, dispersa y dividida. Que contara, en un principio, con 2, 3, 4 grandes potencias o imperios supraétnicos, como los aztecas, los mayas y los incas.
Los aztecas y mixtecas contaban con un variado panteón de dioses. Donde reflejaban sus necesidades internas y sus temores anímicos. Uno de los más importantes y significativos era su dios de la guerra, Huitzilopochtli, y su culto. Violentos como eran los aztecas, presionando centrífugamente en sus fronteras, su dios Huitzilopochtli reclamaba sangre humana de sus enemigos vencidos y capturados. Para quedar satisfecho y ser benévolo con su pueblo.
Curiosamente, Huitzilopochtli también formaba parte del panteón de otras tribus que vivían por el centro de México. Esto creaba un problema logístico para todas las tribus. Para satisfacer esta “necesidad ritual” todas las tribus acudían periódicamente a luchar en las “guerras floridas”. Y, ¿eran realmente guerras?
No, eran exterminios calculados y tolerados, que el presidente mexicano López Obrador no estudió o prefiere olvidar. Así, a cada bando se le daban todas las oportunidades para prepararse bien para las batallas. Ni se contemplaba desplegar correctamente las fuerzas propias, para imponer la voluntad sobre el enemigo, en esta dialéctica de voluntades empleando las armas. Ni tampoco, según el principio universal de la economía de medios, buscaban conseguir la victoria con el menor gasto en hombres, medios y tiempo.
¿Qué buscaban estas “tribus ingenuas y naturales”? Conseguir el mayor número de enemigos prisioneros en combate, para ser ofrendados a Huitzilopochtli en lo alto de sus altares piramidales. Esto hubiera sido blasfemo, impío, haram, infiel, kafir para cualquiera de las religiones monoteistas existentes.
España realizó un inmenso y prolongado trabajo de inculturación de los amerindios asentados en sus tierras de dominio.
Cortés no podía casarse con la india Malinche, doña Marina, por estar casado previamente con Catalina Suárez. Y casó a doña Marina con un lugarteniente y atendió a su hijo Martín Cortés, fruto de su unión con ésta. También fue procurando que sus jefes o capitanes se fuesen casando con diversas princesas indias. En cuanto a la catequesis de su religión, los españoles y los frailes franciscanos que los acompañaban en el siglo XVI, fueron aplicando una didáctica práctica, realizable y exitosa. Se les fue tolerando a los indios una conversión de costumbres atractiva, positiva y sucesiva. Era una especie de sincretismo tolerable y extinguible armonizado con una catequesis progresiva de la religión católica. Se trataba de, defendiendo y respetando el dogma, es decir, las verdades de la fe, ir realizando poco a poco, pero firmemente, la conversión religiosa y social de las costumbres y los hechos de los nativos.
Los virreinatos españoles de América fueron el de Nueva España, establecido en 1535, con capital en México y jurisdicción por todo el territorio de América del Norte y Central, y el de Perú, establecido en 1542, con capital en Lima, extendiéndose por toda América del Sur, excepto Venezuela y la Colombia centroamericana (hoy, Panamá). Al Nuevo Mundo se le aplicaban las leyes de Castilla. Y, legalmente, tanto la Península Ibérica como América estuvieron en igualdad de categoría. Los habitantes de América eran vasallos del Rey de España y, por depender del rey, no podían ser esclavizados, ni abusados contra las leyes.
A las distintas regiones americanas les unía el lazo dinástico, fuente de derechos, y una serie de organismos administrativos y funcionales, que tenían jurisdicción propia y simultánea en la Metrópoli y en las regiones de América. Esto llevó, salvando las particularidades americanas y su idiosincrasia, a una estrecha unión entre los territorios españoles. Aunque no se puede pensar en una fusión moderna, dotada de los medios de comunicaciones de todo tipo actuales. Además de las 2 instituciones que controlaban las leyes americanas (el Consejo de Indias, desde 1524) y el comercio internacional (la Casa de Contratación, desde 1503), la Administración española se desempeñaba desde América.
No se trata aquí de enumerar y describir todos los beneficios recibidos por los amerindios durante su contacto e inculturación de la civilización hispanoamericana. Veamos la relación una relación de las universidades fundadas en América y la fecha de su institución.
Universidad de San Pablo, de México, en 1551; de San Marcos, en Lima, en 1553; de Sto. Domingo, en Sto. Domingo, en 1538; de Sto. Domingo, de Bogotá, en 1580; de San Fulgencio, de Quito, en 1586; de Santa Catalina, en Mérida (Yucatán), en 1622; Universidad Javeriana, de Bogotá, en 1622; de San Ignacio, de Córdoba (Argentina), en 1622; de San Gregorio, Quito, en 1622; de San Ignacio, en Cuzco, en 1623; de San Javier, en Charcas (Bolivia), en 1624; de San Miguel, en Santiago de Chile, en 1625; de San Borja, Guatemala, en 1625; de San Ildefonso, en Puebla, México, en 1625; Universidad de Ntra. Sra. del Rosario, de Bogotá, en 1651.
Hasta el último tercio del siglo XVIII existen eventos que prueban que en las colonias americanas de España, existía una unidad de intereses sociales y culturales, que mantenían razonablemente unidas las distintas regiones hispanoamericanas en los virreinatos de Nueva España y del Perú.
En 1762, aprovechando que Carlos III había establecido con Francia un Pacto de Familia, los británicos invadieron La Habana, ocupando rápidamente una amplia franja costera cubana, a la derecha e izquierda de la capital. Los cubanos criollos y mulatos se unieron a las fuerzas españolas, en la resistencia armada contra el invasor. Y, luego, la población civil participó en una resistencia de desgaste y oportunidad: atacando al arma blanca a británicos aislados; invitándoles a comer ciertas frutas autóctonas y a beber ron…
La flota británica estaba formada por 53 buques de guerra de diversos puentes y 200 transportes de tropas. Sus fuerzas eran 8000 marinos, 12000 soldados de desembarco y 2000 esclavos negros de las Antillas, encargados de las tareas de peonaje y servicio. El almirante George Pockock comandaba la flota combinada y George Keppell, conde de Albemarle, era el jefe de la expedición y de las fuerzas terrestres.
La flota se acercó a Cuba por el norte, saliendo a la vista de la ciudad de Matanzas, a 100 Km. de La Habana, el día 5 de junio, tomando completamente por sorpresa a las autoridades, que no conocían la existencia del estado de guerra entre ambas potencias. Anclados en la bahía de bolsa de La Habana había 14 buques de guerra y las fuerzas de tierra españolas incluían a 2800 soldados, 5000 milicianos, 250 trabajadores del arsenal y 600 esclavos negros. La Junta de Autoridades acordó ocupar la fortaleza de La Cabaña, en construcción, junto al castillo del Morro, del otro lado de la ciudad, en la bahía; enviar fuerzas de rechazo a Cojímar y movilizar a las milicias de morenos y campesinos del interior de la provincia.
Las fuerzas enviadas a Cojímar y Bacuranao se retiraron ante el desembarco de tropas británicas protegido por 13 buques de guerra, que le brindaba un fuerte fuego pesado de apoyo. Sin embargo, el alcalde de Guanabacoa, el criollo José Antonio Gómez Pérez de Billones, se puso al frente de las milicias y pudo lanzar la primera “carga al degüello” de la historia de Cuba contra los británicos. Las fuerzas de Pepe Antonio mantuvieron sistemáticamente ataques de hostigamiento y pequeñas emboscadas contra los británicos, impidiéndoles su abastecimiento en el interior de Cuba, que estos consideraron “terreno hostil”. Estas resistencias interiores que sufrían unas tropas sin conocimiento, ni dominio del terreno, fuera del que ocupaban, llevaron a que las tropas británicas desembarcadas no avanzaran sobre La Habana. Pero, que podían haberla ocupado en unos días de avance sin resistencias o con más decisión por los mandos y motivación de las tropas, como reconocieron poco después aquellos.
Todo se redujo al ataque artillero sobre el castillo del Morro, que se rindió a fines de julio de 1762. Cuando la explosión de unas minas en el baluarte de Quesada, abrieron un boquete que permitió la entrada de los infantes británicos. El 12 de agosto, tras unos bombardeos preparatorios del inminente ataque en fuerza, capituló La Habana.
Apenas 11 meses después, La Habana y la franja de tierra de Cuba ocupada por los británicos en esta guerra fueron devueltas a España, a cambio de parte de La Florida.
A primeros del siglo XIX, ya se había fraguado en la América hispana, en grados variables según los países, una clase social “media ilustrada”. Que se basaba en las ideas de libertad, igualdad e independencia proclamadas, primero por la revolución estadounidense, a la que España ayudó, y, luego, por la revolución francesa. Eran las revoluciones de la burguesía como clase social de vanguardia. Y, bajo esta primera capa ideológica enarbolada, también estaba la disposición de hacer valer sus derechos como clase social emprendedora. Basados en el libre comercio y la revolución industrial de finales del siglo XVIII, que aportaba nuevas mercancías para el comercio y el intercambio internacional.
Por otro lado, la falta de dirección central administrativa y real, provocada por Napoleón con el secuestro de la familia real y la invasión de España, permitió que las burguesías criollas territoriales intentaran ocupar el vacío de poder creado. Y se alzaran en armas contra los gobiernos locales españoles en una lucha por su independencia.
Ya, la aparición de los anhelos por esos derechos y nuevos destinos históricos, creó una falla profunda en las sociedades hispanas locales. Que eran incapaces por ideología, intereses e instrumentos políticos adecuados, de retener unidos los distintos grupos rebeldes criollos.
Y formar así una Unión de Naciones hispanas. Que tuviera una plena capacidad operativa propia, ensamblada por un espíritu y una integración socio política, al más alto nivel de intereses y ventajas. Creando una gran Federación de Estados de Sudamérica o una Comunidad de Naciones Hispanoamericanas, según los polos políticos de independencia y de asociación de intereses generales.
La creación de múltiples naciones hispanas fue inevitable.