(CONTINUACIÓN)
La Guerra del Este constituyó una Gran Guerra aparte, étnica, cruel y tremenda dentro de la guerra mundial. Las bajas militares soviéticas fueron espantosas: cerca de 6’3 millones murieron en combate o de resultas de sus heridas; unos 4’5 millones fueron capturados o desaparecieron en acción; más de 500 mil murieron de enfermedad; los heridos y mutilados fueron 15’2 millones de personas y los enfermos, más de 3’1 millones. Y, al final de la guerra, los soviéticos mantenían activos, consistentemente en los últimos meses, a unos 6’5 millones de tropas. Las bajas alemanas permanentes, en forma de muertos, mutilados graves, prisioneros y desaparecidos alcanzaron los 9 millones de militares, a los que se añadirían otros 2 millones de heridos y enfermos. El esfuerzo material también fue desmesurado, increíble. Los soviéticos se privaron de casi todo para sobrevivir en esa guerra a muerte. No es de extrañar que, tras la guerra, la URSS se negase a pagar el resto de su deuda por el material militar y de apoyo recibido de los EEUU, en virtud de la Ley de Préstamo y Arriendo. Porque ellos pensaban que aquéllos ponían el armamento, los medios materiales, para ganar la guerra, pero que ellos ponían la sangre de sus hijos…
Al final de la guerra mundial en Europa, la URSS había invadido y ocupado toda la Europa Oriental, excepto Grecia. Y, en los años siguientes inmediatos se establecieron en Polonia, Alemania del Este, Hungría, Bulgaria, Rumanía, Albania y Yugoeslavia, distintos regímenes totalitarios subsidiarios de Moscú, titulados como “repúblicas populares socialistas” y sus variantes semánticas. Sólo Austria recuperó pronto su libertad, tras una corta ocupación simultánea por las potencias vencedoras. Todo esto lo logró la URSS con el empleo de sus fuerzas militares terrestres y su aviación de caza y de apoyo a tierra. Y a primeros de los años 50 adquirió sucesivamente la bomba atómica y la llamada bomba termonuclear. Los estados occidentales democráticos, que solían movilizarse para la guerra y que no mantenían ejércitos importantes permanentes, estaban literalmente conmocionados y abrumados por el desafío que esto suponía para su libertad y sus sistemas políticos liberales. La larga guerra mundial se había saldado estratégicamente para ellos con la aparición en sus fronteras del Este de una potencia hegemónica. Que estaba orientada para la “Defensa” en sus planes económicos y en sus esfuerzos sociales. Que era inmensamente más grande y poderosa que el periclitado III Reich, al que tanto “esfuerzo, sudor, sangre y lágrimas” y tiempo costó vencer. Y cuyas renovadas “divisiones motorizadas” habían aumentado sus unidades de infantería, creando otro “mix” de armas combinadas en su orden de batalla, para luchar en los terrenos urbanizados… como los de la Alemania del Oeste…
La Guerra Larvada se convierte en Fría.
Tras la muerte de Stalin, la jefatura del Gobierno soviético y la Secretaría general del PCUS, reunidas hasta entonces en una sola persona, pasaron por varios procesos de modificación y asentamiento. Incluso, y como reacción inmediata al régimen personalista total del Padrecito, se creó un efímero triunvirato de poder (dejando al margen la figura de Jefe del Estado) constituido por Malenkov, Molotov y Beria, que no prosperó por las desavenencias y desconfianzas comprensibles entre antiguos colegas “segundos en el mando”. Por fin, en la sesión del 27 de marzo de 1958 del Soviet Supremo de la URSS, Kruschev, que ya era Secretario general del Partido, sucedió al mariscal Bulganin, como Primer Ministro o Jefe del gobierno. El ciclo de ajustes fallidos en el poder soviético se había completado y el régimen personalista volvía a imponerse “a todo el Partido, a todas las FFAA y a todo el pueblo”, como rezaban las comunicaciones de acontecimientos importantes transmitidas desde la cúpula del Kemlin. En la sesión del 31 de marzo de 1958, el Soviet Supremo hizo una declaración trascendental e histórica, dirigidas a las Potencias con armamento nuclear, en la que afirmó la necesidad de poner fin a la producción de las armas nucleares (tanto atómicas o de liberación energía limitada y empleables como armas tácticas, como termonucleares o de liberación de energía catastrófica apocalíptica). También pedía, asegurando la fiscalización necesaria, destruir las reservas de dichas armas existentes en los arsenales. Evidentemente, si las potencias occidentales no adoptaban una actitud y unas acciones de contención y desarme similares, la URSS procedería como estimase oportuno para protegerse. Era la época en que los rusos eran capaces de poner un ICBM (el cohete balístico intercontinental) donde quisieran y los estadounidenses podían poner un avión de bombardeo estratégico donde quisieran.
Se trataba de una declaración de máximos, utópica e inalcanzable, tanto práctica como ideológicamente. Porque, una vez desarrollados los vectores para su transporte y las bombas explosivas para el “Gran Buum”, a lo largo de casi 3 lustros, esa tecnología militar, como ocurrió con todas sus antecesoras, llegaba para quedarse. Pero, ya indicaba cuánto gravaban a los recursos soviéticos, la investigación, el desarrollo y la producción del armamento nuclear integral y el mantenimiento del Arma de las “Fuerzas de Cohetes Estratégicos”. Años atrás, ya las discrepancias político económicas entre Georgi Malenkov y Kruschev acerca de la asignación de más recursos (producción de bienes y créditos personales) para aumentar el consumo privado de los soviéticos, produjeron la eliminación del primero y su nombramiento como director de una central hidroeléctrica en la URSS profunda. Kruschev defendió que, de momento, la URSS necesitaba la industria pesada y el armamento nuclear para su supervivencia. Más adelante, se dijo en los medios de información occidentales que la “estrategia” de desgaste contra la URSS del presidente Reagan, obligándola a gastar por encima de sus posibilidades para mantener actualizado el armamento nuclear cabal (bombas y vectores), había cogido con el pie cambiado a los dirigentes soviéticos. Y había provocado finalmente la implosión (hundimiento) de la URSS, junto con razones ideológicas. Pero, los mandos soviéticos estaban al tanto del despilfarro que el armamento nuclear suponía. Ya que no tenía aplicación real práctica, salvo la disuasión de un “conflicto no limitado” entre los Bloques. Pero la oportunidad histórica de su limitación a unos pocos cientos de cabezas efectivas (capaces de alcanzar al enemigo, en sus poblaciones y “centros fabriles y militares” decisivos), para cada Potencia Hegemónica en cada Bloque político ideológico, no surgió entonces.
Otro paso decisivo lo dio Kruschev cuando intentó recomponer y desarrollar las relaciones con Occidente. Que, hasta entonces estaban frenadas y condicionadas por las descalificaciones, las guerras de Liberación Nacional de los países colonizados en Asia y África apoyadas siempre por la URSS y los recelos mutuos. Su núcleo político estratégico fue la llamada “doctrina de la coexistencia pacífica”. Que no era más que definir “la competencia” entre ambos bloques antagónicos (ésta era una rivalidad entre dos civilizaciones pujantes y limítrofes), como una “lucha política, económica e ideológica”, pero nunca en el campo militar. Y que enfría las posibilidades de una guerra abierta y total entre los dos bloques mundiales. Dentro de ese esquema de amplias posibilidades, la política exterior de la URSS permaneció en sus términos simples y en su esencia hasta su implosión en agosto de 1991. Esto permitió durante lustros a los EEUU y la URSS, sostener guerras limitadas en otras zonas geopolíticas, actuando ambos bloques por terceros interpuestos apadrinados, para incrementar por pasos cortos y medidos sus zonas de influencia y poder político económico. Así, se dieron las guerras de Angola (el FNLA de Agostinho Neto y José Santos y los cubanos contra el MPLA de Jonás Savimbi y las incursiones profundas surafricanas); en Vietnam del Sur; en la Somalía de Siad Barre (anterior y abandonado aliado de la URSS), cuya caída tras la guerra sumió al país en la perdición, y los etíopes de Mengistu Hale Mariam y los cubanos, disputándose el desierto del Ogadén.
Rusia reaparece tras la Desmembración de la URRS.
La nueva Rusia de Putin, tras el paréntesis difícil e indiferenciado de Boris Yeltsin, está despertando de una transición traumática a una democracia formalista, no reflejada aún en sus estructuras de poder y de administración. Tras Yeltsin, las autoridades tuvieron que liberarse de la “oligarquía neocapitalista mafiosa”, que buscaba una “forma” política amorfa, específica y de amplia cúspide, que gobernara el país y controlara la alternancia de los partidos en elecciones más o menos libres. En esas estructuras catadas se está transmutando todo el aparato supervisor y burocrático de la URSS, creado a lo largo de 70 años de férrea dictadura del PC. Por lo que no es casual el origen profesional y las maneras presidencialistas de Vladimir Putin.
Pero que le dan a la nueva Rusia una creatividad y una flexibilidad operativa internacional, que no tienen los competidores más “asentados, protocolizados y super reglamentados”. Es lo que diríamos de un buen púgil estilista: “tiene mucha cintura”. Baste recordar la “jornada de oración y ayuno por la paz en Siria”, que proclamó el Papa Francisco para el 7 de septiembre pasado. Que se pasó aquél sábado acompañando unas 4 horas el rezo en la Pza. de San Pedro. A las pocas horas, Putin propuso a los Poderes internacionales (incluyendo a la inoperante ONU, que en los conflictos internacionales sólo sirve para dar un hipócrita sello de legalidad a las cosas) la destrucción “in situ” del arsenal químico de los sirios de Bashar al-Assad y no su bombardeo aéreo. Esto cogió a Francia y a los EEUU con el pie cambiado. Y al Nobel de la Paz Obama, que había pedido el apoyo del Congreso para su ataque aéreo (“necesario por la brutalidad del Gobierno sirio con su población”), buscando como loco apoyos entre los legisladores, porque veía que le rechazaban hasta sus planes de intervención más menguados.
Si desde hace dos años y medio Occidente amenaza, sin pasar a la acción, es porque en Washington y en París saben que una reedición de las operaciones aéreas que se produjeron en Serbia o en Libia no es posible en Siria, con el armamento antiaéreo ruso. La defensa compleja siria de radares y armas obliga a todo avión hostil a atacar su objetivo a más de 50 kms de distancia, para operar fuera del alcance de su DCA. El nivel de seguridad de las aeronaves ha pasado de los 3000 ms. de altura de hace 15 años en Kosovo, a los 10000 ms. en Siria. Sólo los carísimos cohetes de crucero como los Tomahawk estadounidenses y los Scalp franceses, diseñados como vectores de armas nucleares y de trayectoria autónoma y muy baja, podrían ser empleados con éxito.
La pérdida de sus “aliados controlados” del Pacto de Varsovia y del COMECON, tras la guerra fría, sólo le dejan a Rusia buscar geográficamente “nuevas influencias” hacia el Asia central, desde Siria a la India y Vietnam. Turquía es un enemigo proverbial de los rusos. China es un “socio, competidor y rival”, si vale esta definición polivalente, que hace que ninguna de las expresiones lo sea en plenitud. En Afganistán nunca han podido asentarse. También los rusos intentan ganar y mantener en su “esfera política y comercial” a las nuevas repúblicas centroasiáticas islámicas turcomanas y a las repúblicas ex soviéticas eslavas. Hasta ahora, la Unión Aduanera creada por Rusia incluye a la Rusia Blanca y a Kazajistán.
Siguiendo sus estilos directos, imperiosos y operantes, a mediados de diciembre de 2013, Putin lanzó un fuerte órdago a Ucrania, para que pasara a formar parte de esa “esfera de coprosperidad” ruso turcomana: le ofreció bajar un 33% el precio de cesión del gas ruso, del que Ucrania es receptor y revendedor y, para salvarle de la quiebra financiera y no tuviera que lanzarse para ello en manos de la Troika comunitaria, le cedería hasta $15 mil millones en créditos blandos. Así, en estos momentos, la Unión Europea está madurando una “oferta irresistible” para el presidente Viktor Yanukovich o su sucesor. Que consistiría en otorgar a Ucrania créditos cómodos y ventajas comerciales, para contrarrestar el envite ruso. Mientras, en Ucrania los problemas socio políticos recién surgidos han llevado a una fortísima polarización del país, formándose dos mitades casi antagónicas: donde la parte al oeste de Crimea, quiere alejarse de Moscú y la mitad al este de esa península busca estrechar los lazos con Rusia. Ucrania es por historia y por demografía parte de la Europa limitada al este por los Urales. Y Ucrania es por oportunidad política y momento histórico parte de la Europa democrática y liberal centro occidental. Que forma junto con los Estados Unidos, que actúa como el otro “polo vibrante” fundamental al otro lado del Atlántico, la “civilización occidental”. Un gran problema se plantea ahora, no sólo a Ucrania, sino a sus vecinos al Este y al Oeste. Y es conseguir que las fuerzas hoy antagonistas e irreconciliables, que se enfrentan en Ucrania, desgarrando su patria, se conviertan en fuerzas complementarias y necesarias entre sí. Y es una gran labor conjunta, desinteresada, con altura de miras y dirigida por estadistas, la que hay que desarrollar para conseguirlo y alejar los espantajos que se vislumbran en su horizontes socio político. De no conseguirse esa “fusión de intereses”, que esa es la misión de la Política, la alternativa sería mala para todos, nacionales y vecinos cercanos y lejanos. Y la herida sólo se cerraría en falso y por un tiempo imprevisible.
Para Rusia, Ucrania es algo más que un aliado estratégico. Como lo serían el Imperio japonés, la Europa Occidental o la Gran Bretaña para los EEUU. Ucrania es parte de la esencia nacional rusa. En Ucrania nació hace muchos cientos de años, el gérmen fuerte y prometedor de la nación rusa, la Rus. Desde la caida de la URSS en 1989, Rusia no se enfrentó a un mayor cataclismo disruptor, potencialmente rupturista, que la Revolución Naranja de 2004 de Julia Timoshenko, recién liberada tras un durísimo encierro político. Debía haberla digerido y neutralizado o asimilado, lenta y pacíficamente. Pero, hoy en día, los dirigentes tienen prisa. Siempre, la maldita prisa. Pero, los nacionales ucranianos y sus aliados rusos optaron por contenerla y apagarla. Fue lo más fácil, pero dejaron unas brasas potentes bajo la capa de cenizas. Y el problema latente ha resurgido ahora virulento y casi descontrolado. Rusia ha apostado fuerte. El lunes 17 de febrero de 2.014 se entrevistaron Yanukovich y Putin en Sochi. Las “ofertas irresistibles” de la Unión Europea a Ucrania no se concretan, ni, por supuesto, se materializan. Más allá de los informes y briefings de una burocracia europea, anquilosada, sin imaginación ni coraje moral, que se protege y autogestiona. Para el 19 o 20 de febrero se generalizó el uso de tiradores libres de la policía y de las fuerzas de seguridad especiales contra los manifestantes más díscolos o destacados de las revueltas populares, especialmente en Kiev. El cariz de la revuelta armada obligó a Yanukovich a ceder mucho e importante a la oposición rampante. Antes de que los acontecimientos se volvieran más graves e irreversibles. Y al presidente abandonó la capital rápidamente y se refugió en Kharkov, al este del país, junto a la frontera con Rusia. Pero esto es una retirada táctica. Rusia volverá por sus derechos, tradiciones e influencias. O se tendrá que contentar con convertirse en un “estado nación”, sin “esferas de coprosperidad” dependientes, participativas y ventajosas para todos. Esa “potencia regional o de segunda clase”, como le denominó Obama a los inicios de esta crisis.
(CONTINUARÁ)