EL CORÁN II.

(CONTINUACIÓN)

UNA GLOSA PARA NO INICIADOS…

La tradición judía en el Corán.

Mahoma estuvo influido en su formación por comerciantes judíos radicados en Arabia, que no necesariamente eran rabinos, ni llevaban la totalidad o la pureza de la Torá con ellos. A lo largo de numerosos capítulos del Corán aparecen las historias de distintos profetas o testigos de Dios y de algunos de sus enemigos, tomados de la Torá y formando una narración parigual con la Historia Sagrada de nuestra infancia. Los pasajes referidos a cada profeta o advertidor de Allah están repartidos a lo largo de una parte del texto, incluso entreverados con los de otro. Así, la narración específica no es fluida y continua, sino, más bien dividida y reiterada, como método didáctico para gentes iletradas. Algunos episodios puntuales, como el de José y la esposa de su amo Putifar, sí tienen unidad narrativa.

Los profetas, apóstoles o advertidores de Allah son enviados sucesivamente a enderezar a los distintos pueblos antiguos. “Yo no he destruido ninguna ciudad, sin haberle enviado antes un advertidor”. Pero, en general, las palabras de sus enviados caían en muchos “oídos sordos”, idólatras, malvados, empecinados. Estos desdeñaban a los apóstoles y enviados por ser hombres mortales como ellos y por predicar en contra de sus creencias y costumbres y ancestrales, heredadas de sus padres. También les exigían a ellos, para demostrar su doctrina, que realizasen “signos” especiales y distintivos, que casi siempre los apóstoles no daban. Pero les contestaban predicando los evidentes y múltiples signos de la creación del Dios Uno. ¿Quién es como Él? Y les llamaban también la atención de si sus dioses falsos eran capaces de ayudarles, de hacer algo por ellos o de salvarles en los avatares y las desgracias. También les recriminaban su tozudez y su calidad mezquina y torcida: los paganos se volvían más o menos a Dios, buscando su benevolencia y su refugio, cuando las cosas se torcían y les apretaban. Pero, en cuanto desaparecía el peligro o la necesidad, se volvían seguros, ingratos y desobedientes a Dios. A éstos los llamaban una y otra vez necios, ingratos, malos y perdidos. Su final era la gehena, el sakar, el fuego inmortal. A sus enviados, Allah también los tranquiliza repetidamente: “su misión es predicar sus enseñanzas; ellos no son responsables de la conducta posterior de sus oyentes”.

Así, aparecen en el Corán con extensión suficiente las historias de Adán (Adam), Abél (Habil), Abrahán (Ibrahim), Noé (Nuh), Lot (Loth), Job (Aiiub), Jonás (Junis), Moisés (Musa), el Faraón (Firaún), el rey Saúl (Talut), David, Zacarías (Zakariyya). Entroncando con la Torá y desarrollándola, para demostrar la base y la continuidad de su doctrina del sometimiento a Allah, como Dios Único.

De Abrahán no se habla de la primogenitura legal de Isaac, hijo milagroso de Sara, que era estéril y ya mayor, de la promesa de Dios: “Haré de ti un gran pueblo y tu descendencia será mayor que el número de las estrellas”, que se prolonga en el futuro a través de él. Los árabes descienden de Ismael, de más edad que Isaac e hijo de Abrahán y de Agar, esclava de Sara. Isaac es citado junto con Jacob, su hijo, en la línea de los profetas y advertidores de Allah.

En el Génesis, capítulo 39 se narra la llegada de José a Egipto, vendido por sus hermanos a unos mercaderes y su entrada al servicio de Putifar, ministro y jefe de la Guardia del Faraón, donde sube rápidamente al primer puesto de confianza de su amo. Aparece el intento de seducción de la mujer de su amo, el rechazo final de José y la inmediata denuncia por despecho de aquélla, que lleva a José a la cárcel de presos del rey. A la vista del delito y del carácter de siervo de José, está claro que Putifar no creyó por entero a su mujer. La sura XII del Corán se titula José y se dedica a él. En ella se pormenoriza con mayor extensión esa tentación de José: su túnica es desgarrada por la espalda, señal de que huía de la mujer y que no se lanzaba a ella. Ya con sus amigas, volvía a intentar atraer a José, que confiesa que estuvo a punto de ceder.

Así, un incidente aislado, seleccionado para demostrar la Providencia de Allah sobre José y sus empresas, a través de todos los avatares que sufre, pasa en el Corán a la categoría de narración detallada importante. Ejemplarizando así esa Providencia del Señor sobre todos sus fieles a pesar de los problemas, sinsabores y dificultades que les toque vivir. Dios cuida de los suyos, aunque ellos no lo vean a veces clara o inmediatamente. De ahí la fe, la esperanza, el dominio del ego y el mérito, lejos de cualquier desesperación o fatalismo mundanos, que suponen el “abandono confiado del creyente en la voluntad de Allah o Islam”. Esta doctrina es muy semejante a la doctrina de la “infancia espiritual” de santa Teresa de Lisieux, por la cual el beato Juan Pablo II la nombró Doctora de la Iglesia católica en octubre de 1997. A pesar de haber sido una pobre monja de clausura, muerta con 24 años y de que sus escritos se salvaron casi por milagro de ser desechados o destruidos tras su muerte.

El Corán previene claramente del peligro que los judíos suponen para los fieles. Que se deriva de la perversión de su carácter y de su desviación de lo que les fue prescrito y revelado por Dios en la Torá. Y esto ocurre a pesar de haber sido unos privilegiados, siendo portadores y custodios durante siglos de la fe en el Dios Uno. En la Historia y el Desarrollo de la Revelación constituirían un “pueblo elegido fallido”. Así, en 5, 85 les dice: “Reconocerás que los que alimentan el odio más violento contra los creyentes son los judíos y los idólatras. Y que los que están más dispuestos a amar a los fieles son los hombres que se dicen cristianos; esto es porque tienen sacerdotes y monjes y porque carecen de orgullo”. Las relaciones de Mahoma con los judíos fueron al principio muy cordiales. Mahoma fue recibido como un amigo por los judíos de Medina, tras la Hégira. Y pensó, sin duda, atraerlos a la nueva fe. Llegó a instituir un ayuno, que fijó para el día 10 de Tishrei o séptimo mes, el Día del Perdón judío. Un año después lo suprimió. Al no haberse cumplido su esperanza apostólica, Mahoma reemplazó la predicación por la fuerza. Los judíos se resistieron hasta el fin a la implantación del Islam en Arabia. Pero, incapaces de unirse, las tribus judías fueron sometidas una tras otra. A veces, Mahoma se limitaba a expulsarlas de donde se asentaban, como en el caso de los Ben Cuainuca, que salieron de Medina sanos y salvos. En general, los judíos capitulaban en condiciones honorables, obteniendo unas garantías que servirían de base para establecer su futuro modus vivendi dentro de Dar al-Islam, las tierras regidas por los musulmanes y entregadas a éstos por Allah.

El Evangelio en el Corán.

La presencia o la referencia de los 4 Evangelios o la Buena Nueva de Jesús, el Cristo, el Ungido de Dios, es apenas testimonial en el Corán. “Éste es mi Hijo muy amado, en quien tengo todas mis complacencias”, tras el bautismo en el Jordán yÉste es mi Hijo,mi Primogénito, escuchadle”, en la transfiguración, son las dos teofonías, con las que se consagra expresamente a Jesús como “ungido” en los Evangelios. La razón de no profundizar en el Nuevo Testamento más allá de indicar su existencia, es que Jesús se nombra a sí mismo Dios o el Hijo de Dios. Y que es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, que adquiere la naturaleza humana de María y del Espíritu Santo, para redimirnos del pecado original y darnos ejemplo de vida. En la Segunda Persona se unirían ambas naturalezas en unión hipostática. Los tres primeros evangelios (Inyil) son narraciones de la vida de Jesús, contando los hechos más destacados que ocurrieron en su vida. Para demostrar que era el Mesías esperado (especialmente San Mateo, dirigiéndose a los judíos) y el Hijo de Dios que venía a salvar a todos los hombres (San Lucas, para los infieles y San Marcos).

Y San Juan, en el Cuarto Evangelio (Inyil), se ocupa más de lo que dijo Jesús, de sus discursos y comentarios, y aquí la cosa es más directa e inequívoca. “Felipe, ¿por qué me dices muéstranos al Padre? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí?”. “El Padre y yo somos una misma cosa”. “Nadie conoce al Hijo sino aquél a quien el Padre se lo ha querido revelar”. “Nadie va al Padre, sino por Mí”. “El Padre ama al Hijo y ha puesto en sus manos todas las cosas” Yo soy el camino, la verdad y la vida”.”Quien cree en Mí, vivirá para siempre”.Padre, los que tú me has dado, quiero que donde esté yo estén también ellos conmigo, para que vean mi gloria, la que tú me has dado, porque me amabas antes de la creación del mundo”.

Para Allah, Jesús (Isa) es un profeta destacado. En 3, 37 se dice que “María (Maryam), su madre, es inmaculada y elegida entre todas las mujeres”. Su concepción se realiza por acción del espíritu santo (el ángel Gabriel) y fue muerto violentamente, al igual que le ocurrió a otros profetas. Dios señala especialmente a Jesús y permite que realice milagros para que convenza de su misión a los judíos. Así, Jesús antes de realizar sus signos, anuncia siempre “con el permiso de Dios”. En el capítulo 3, “La familia de Imrán”, se pormenoriza sobre Jesús y su predicación: “Os llenabais de soberbia e incredulidad, cada vez que venía a vosotros un mensajero, un apóstol, trayendo lo que no deseaban vuestras almas. A unos los tomasteis por mentirosos y a otros los matasteis”. “Vengo para confirmaros la Torá, que habéis recibido antes que yo”. “Os permitiré el uso de ciertas cosas que os habían sido prohibidas”. “Vengo con signos de parte de vuestro Dios. Temedle y obedecedme. Él es mi Dios y el vuestro”. “Cuando Jesús advirtió su infidelidad dijo: ¿quién será mí auxiliar, para conducir los hombres hacia Dios? Nosotros, respondieron sus discípulos, seremos los auxiliares de Dios”. Tras su muerte, Jesús está a la espera del Resurgimiento final de los hombres, para ser resucitado.

Jesús es a los ojos de Allah, lo que es Adán. Dios lo formó del polvo y dijo: “Sea”, y fue. Esto proviene de tu Señor, guárdate en dudarlo”. Dios no necesita hijos, ni tiene asociado a nadie igual que él. Para el Corán esto sería como otro Dios o un segundo Dios. En 43, 14, se dice: “Sin embargo, le han atribuido hijos entre sus servidores. Verdaderamente el hombre es ingrato”. Al ser Uno, todo lo demás es creado e inferior a él. Así, la transcripción del Evangelio en el Corán es mínima. Éste entronca con la predicación del Dios Uno de siempre. Que era contemplada una y otra vez en la Torá, para defender la Unidad de Dios y apartar al pueblo de Israel de los idólatras politeístas que lo rodeaban. Que atribuían “divinidades” a los grandes poderes naturales (lluvia, fuego, tormenta) y antropológicos (amor, guerra, venganza). Los árabes pre islámicos adoraban a Lat, Ozza y Menat como hijos de Dios y era también necesario apartarlos de estas desviaciones.

(CONTINUARÁ)

EL CORÁN.

UNA GLOSA PARA NO INICIADOS…

Korán es el conocimiento y su lectura, y al-Korán o el Corán es el Libro Noble por antonomasia. Mahoma no pretendió instaurar una religión nueva, diferente, distanciada o enemiga. Sino que recogió y partió de las tradiciones escritas y orales de los judíos (la Torá o nuestro Antiguo Testamento-AT) y cristianos (unos Evangelios paupérrimos) de su época. Porque todos ellos eran adoradores del Dios Único, Eterno y Todopoderoso. Que se acerca Personalmente a los hombres, buenos y malos, para revelarles Su existencia plena, felicísima y autosuficiente. Y para darles un mensaje de salvación eterna, por voluntad libérrima Suya. En el Corán se narran y se repiten por numerosos capítulos las historias de diferentes y numerosos personajes judíos del AT. Incluso, como en el caso de José, el hijo de Jacob, se extiende en detalles que no están en los textos judíos y cristianos.

Aproximación al Corán.

Los asuntos tratados en el Corán se relacionan directamente con las preocupaciones y los desvelos que, a lo largo de su devenir, estaban en el alma de Mahoma. Al inicio de su predicación, durante su primera estancia en la Meca, las suras descendidas son religiosas y luego, tras la Hégira, las medinesas recogen órdenes propias de un estadista, un organizador, un mando conductor. Desde el punto de vista de su estilo, el Corán está redactado en la prosa rítmica (say), que era usada por los sacerdotes y magos de la Arabia idólatra. Pero, a diferencia del lenguaje usado por éstos, no utiliza palabras altisonantes, oscuras o sin significado. Sino que posee una riqueza inusual de ideas nuevas, que lo hacen un modelo de la literatura árabe. El texto del Corán es piedra de escándalo para muchos hombres, porque no todos lo tratan con la perfección que pide y se merece. En efecto, unos lo toman textualmente, interpretándolo al pie de la letra, sin admitir posibilidad alguna de variación ideológica o de adaptación lógica; pero otros, quizás demasiado estudiosos del lenguaje y sus expresiones, lo entienden casi todo alegóricamente, veladamente.

El Corán se desmenuza en 114 capítulos o suras, que contienen unos 6200 versículos o aleyas. Las discrepancias en su número, según las escuelas recopiladoras, llevó al recuento de sus palabras, 77934, y de sus letras, 323631, ya que estos números sí coincidían. El lenguaje coránico es simple y cercano y la metodología de expresión es sencilla y muy reiterativa. El Corán va dirigido a gentes humildes e iletradas. Que tienen que aprender sus mensajes, normas y mandatos a través de fórmulas literarias alegóricas y metafóricas, empleando símiles bucólicos, venatorios y pastoriles, que les resultan próximos a sus modos de vida simples y naturales. Y recordarlos y asimilarlos por su repetición frecuente, primero en grupo vecinal (primeras madrasas o escuelas coránicas) y luego en la soledad con Dios.

Una y otra vez, se insiste en el Corán que las obligaciones de los musulmanes son el establecer la oración diaria (el salat), dar la limosna canónica (el sakat) y hacer el bien en general. Es evidente que, previo a cualquier obligación y su cumplimiento, está el reconocimiento y la sumisión a Allah, concretados en la recitación por el neofito de la fórmula ritual “Sólo Dios (Allah) es Dios y Mahoma es su profeta. Fórmula que tendría un efecto parigual al bautismo cristiano. La peregrinación a la Meca y sus santos lugares está más desdibujada, porque en la etapa del descendimiento de los suras de junto a Allah, los musulmanes eran minoría, no estaban organizados y bien establecidos y estaban amenazados por multitud de enemigos infieles.

En 28, 37 se concreta: “Al igual que Allah hace el Bien, haz tú también el bien y no fomentes el desorden (el Mal) en la tierra”. El Mal comprendería, entre otras cosas, los asesinatos u homicidios de inocentes, las drogas y borracheras, las destrucciones innecesarias de bienes de todas clases o de cosechas y árboles útiles. También previene el Corán a los fieles, contra la actitud errada y suficiente de los malvados, los salvapatrias, los falsos anunciadores y apóstoles en su nombre. Que son, a su vez, desviados por Allah, para que sufran el castigo a sus acciones maliciosas y recalcitrantes. 2, 10 “Cuando se les dice: No cometáis desórdenes (crímenes) en la tierra, ellos responden: Lejos de eso, introducimos en ella el buen orden (el bien)”. 2, 11 “¡Ay!, cometen desórdenes, pero no lo comprenden”. Pero, Allah, el Compasivo y Misericordioso, siempre castigará al malvado y al infiel por debajo de lo merecido por sus pecados, crímenes e ingratitudes.

Origen, necesidad y transmisión de la Tradición islámica.

Las historias transmitidas oralmente de “las costumbres y los dichos” (la Sunna) de Mahoma, se transformaron pronto en escritos, que fueron, a su vez, objetos de grandes recopilaciones. A cada narración o comentario escrito se le llama hadith o hadís. El término también se usa para referirse a la generalidad de ellos. La longitud de los hadises es muy variable, según el tema del escrito. Muy interesante y definitorio es su inteligente estructura interna. Ésta los caracteriza y da fe de su verosimilitud. En cada hadís se suele exponer primero la “cadena de transmisión” hasta su escritura o la comprobación de ella, desde su origen oral, con la figura del “transmisor”. Hoy en día le llamaríamos a esto la trazabilidad histórica. Son de primera importancia como “transmisores” de los hadises, Aixa o A’,isa, la segunda esposa y preferida del Profeta, y Alí, su sobrino. Luego, viene el contenido de la narración o el comentario, llamado el “matn”.

El Corán, en 4, 59 (capítulo 4, versículo 59), garantiza y concede un poder especial de decisión y de explicación al Profeta o Enviado de Dios y a los soberanos, sucesores o califas musulmanes, que son los que detentan la autoridad en la Umma. Esto explicaría y justificaría la necesidad de una interpretación cualificada, prevista por Allah, para la aplicación práctica del Corán a lo largo de la geografía y la historia de los pueblos. Con Mahoma actuando como intérprete, como “intermediario” excepcional y privilegiado de Allah. Existen cientos de miles de hadises que han llegado hasta nosotros. Y entre ellos aparecen numerosas contradicciones. Además, su texto total es excesivo para haberse comentado o dicho y vivido o realizado por Mahoma. incluso empleando para ello toda su vida. Desde casi el principio, los propios exégetas y apologistas del Islam vieron esto. Los hadises corrían el riesgo de convertirse en una cadena de mitos, cuentos tribales embellecidos y realidades más o menos conservadas de una Tradición vaporosa e insegura del Profeta. Y se estableció pronto un sistema de crítica del “isinad” o transmisión, para garantizar la calidad del contenido propiamente dicho o “matn” de los hadises como Tradición escrita.

Dios, su manifestación y sus múltiples expresiones antropológicas.

Los nombres de Dios surgen en la religión judía y en el Islam como la expresión exaltada de las cualidades desbordantes de la divinidad única. No incluyen sólo el nombre con el que Dios quiere ser llamado por los hombres (Yavé, Allah, Dios), sino también la denominación de sus características antropológicas más destacadas y trascendentes o próximas al hombre. Los famosos “99 nombres de Alá” del Islam se basan principalmente en las cualidades que así mismo se atribuye Allah en los versículos de al-Korán y en las deducidas en los qiyas o razonamientos analógicos de los ulemas y muftíes durante los primeros siglos del Islam.

Es interesante el origen y el desarrollo de algunas de estas acepciones. Los judíos de la Kabalah reclaman sus “72 nombres de Dios” del Éxodo 14, 19 al 21. Cada versículo en hebreo tiene 72 letras y tomando una letra de cada uno, se crean las 72 combinaciones únicas de las letras hebreas. La interpretación mística dice que ellas serían como las vibraciones espirituales de un diapasón divino. Esas frecuencias esotéricas protegerían a los hombres de las energías negativas del ego (el yo desviado, engrandecido y excluyente) y les comunicarían, a su nivel inferior y según cada capacidad receptora, las potencias de la divinidad. Hoy en día, se diría que actúan en los ADN, los telómetros, las células madre y las mitocondrias, para alcanzar a toda persona beneficiada.

Estos “sonidos especiales maravillosos”, estos mantras rítmicos, aparecen en otros libros del AT. Ésa fue la técnica decidida por Dios para derribar las murallas de Jericó, ocurrida durante la conquista de los Territorios Prometidos a Israel y que se narra en el libro de Josué, capítulo 6. Durante 6 días, el pueblo circunvaló una vez al día en total silencio el perímetro de la ciudad sitiada. 7 sacerdotes acompañaban su marcha, sonando sus trompetas. Allí iba la “presencia de Dios” y el Arca de su Alianza con el pueblo. Al séptimo día, en un momento dado, Josué ordenó además gritar clamorosamente a los judíos, cada uno en su puesto en la línea de marcha y mirando a la ciudad. La acción potenciada por Dios derribó las murallas de Jericó. Y los milites israelitas, una infantería entre ligera e irregular, ya sin obstáculos defensivos que superar para llegar al combate inmediato, la asaltaron y dieron al filo de la espada a hombres y mujeres, niños y viejos, bueyes, ovejas y asnos de la ciudad.

(CONTINUARÁ)