Cuando Mosúl, a finales de 2017, y poco después, Raqqa y Deir ez Zour, en la gran cuenca del Eufrates sirio, se perdían para el Estado Islámico, pocos esperaban la enconada y correosa resistencia que sus fuerzas yihadistas restantes presentan ahora en el Asia del Suroeste. La razón social que sustenta este Resurgir de los yihadistas salafistas es polifacética y compleja. Y reside en las contradicciones antagónicas étnicas, religiosas y sociales que se siguen planteando en ambos países. Así, el Daesh, revertido y adaptado a una guerra de guerrillas, está en condiciones de resistir durante un tiempo indefinido, con tal de que ellas se mantengan en Irak y Siria.
Si bien en los momentos de su máxima capacidad combativa (año 2015), los guerrilleros semirregulares del Estado Islámico eran unos 45 mil, divididos entre Irak y Siria, en estos momentos sus fuerzas reales son apenas entre una cuarta y una quinta parte de aquélla. Casi todos son ahora veteranos sobrevivientes de los combates y derrotas de estos años. Y tienen la determinación que les da su fanatismo religioso (el combate es para ellos una vía para cumplir la voluntad de Allah y alcanzar el Paraíso) y el estar perseguidos por múltiples enemigos en los dos países. Un signo de su decisión combativa y de su pulsión íntima de desamparo es el uso por muchos de ellos de un pañuelo rojo. Que era la prenda que llevaba Abu Dujana (o padre Dujana), un guerrero coetáneo del Profeta, cubriéndole la cabeza, cuando marchaba al combate. Y que indicaba su disposición a morir por el Islam.
La ONU aseguró en un reciente informe que el número de combatientes del ISIS en Irak y Siria oscila entre 20 y 30 mil y que entre ellos hay un número significativo de extranjeros. Por otra parte, el informe también destaca que miles de sus guerrilleros han conseguido trasladarse a Afganistán, donde el Estado Islámico mantiene un “emirato” cada vez más activo. Creemos que la ONU se refiere a “militantes”, no a muyahidines. Y en un movimiento guerrillero existen varios tipos de combatientes y auxiliares, con diferentes grados de implicación en la lucha armada, policía de retaguardia, sus comunicaciones y su variado apoyo.
El EI tiene que acostumbrarse a ofrecer al enemigo militar regular unos blancos pequeños y móviles, fugaces y casi súbitos. Los cuales, muchas veces, incluso reiteradamente, se escapan y escurren de las operaciones de búsqueda, bombardeo y cerco y aniquilación de los grupos y las patrullas militares, por su territorio o por el territorio en disputa.
Las fuerzas guerrilleras se esconden, dispersándose por pelotones en las poblados y aldeas de una zona. Y se reúnen desde varios destinos, para dar sus golpes de mano en las cercanías de ellos, empleando generalmente no más de 7 a 10 hombres. Solamente la dispersión, la astucia, el ocultamiento, el silencio, la paciencia, la precaución, el respeto continuo a la población civil cercana, la seguridad permanente, la concentración rápida, súbita e inesperada sobre un enemigo uniformado o una presa civil, puede garantizarles la supervivencia en un medio tan hostil. Estas cualidades operativas contrastan y difieren de la ostentación, la persecución de las minorías y disidentes, el control despótico de los civiles, la crueldad como instrumento general de sometimiento y de amedrentamiento, la imposición de normas morales y religiosas delirantes en sus bases, las deficientes seguridad y disposición combativa de sus unidades en las áreas de retaguardia, el expolio de los bienes privados y sociales (yacimientos arqueológicos y petrolíferos, bibliotecas, edificios públicos, edificios otras confesiones, propiedades de civiles), que emplearon durante el califato y su rápida implantación.
Sólo la propaganda elaborada, moderna y múltiple, como instrumento de catequización y de guerra psicológica contra los enemigos, se mantiene casi igual que antes, al menos cualitativamente, en esta fase guerrillera del movimiento yihadista salafista.
El califato vuelve, derrotado y disperso, a equipararse operativamente con al-Qaeda. Sólo que Abu Baker al-Bagdadi, o el califa Ibrahim, su nombre de pila, no tiene ya el prestigio como yihadista de Osama ben Laden, el fundador de al-Qaeda (la Base, en árabe). De quien en su día Abu Baker se declaraba como verdadero sucesor y aún superador. Minusvalorando a Aymán al-Zawahiri, el médico egipcio “jefe” en la distancia y mediante instrucciones generales de la “Base” yihadista. Y que, en vida de ben Laden fue como su “consejero delegado”.
Uno de los temas recurrentes del ISIS que ahora, en esta etapa de semiclandestinidad, cobra actualidad e interés es el paradero de su califa al-Bagdadi. Señalamos que desde junio de 2014, en que apareció en un video, proclamando el califato universal islámico en la mezquita de al-Nuri en Mosúl, no se le ha vuelto a ver en público. Sólo existen sucesivos mensajes de audio transmitiendo sus instrucciones y consignas a distintos públicos. Tanto los EE UU como Rusia han manifestado en varias oportunidades su (casi) certeza de que el califa había sido alcanzado en alguno de los bombardeos selectivos, realizados por sus aviones, con el fin de liquidarlo. Habiendo precisado, además, que en algún ataque varios de sus seguidores cercanos y oficiales de su escolta habían perecido con seguridad.
The Wall Street Journal publicó hace poco una entrevista a Ismael al-Eitawi, uno de los presos del EI de mayor relevancia. Éste participó en un encuentro con al-Bagdadi en la primavera de 2017, en pleno reflujo de la marea yihadista salafista en el Suroeste de Asia. Era una reunión para decidir el plan de estudios que se debía impartir en las zonas del califato. Al-Eitawi se encontró con un califa muy delgado y con la barba encanecida. Al finalizar la reunión, al-Bagdadi fue el primero en abandonar el recinto. Y, aparentemente, no se le ha vuelto a ver por los testigos posibles a mano.
El gobierno de al-Assad. La situación del Estado Islámico en Siria.
Difícil lo tiene al-Assad para conseguir la pervivencia indefinida de su régimen presidencialista autoritario. Los países musulmanes no son proclives a la rebelión contra sus autoridades. Y les corresponde al dirigente y a su oligarquía, dar medios de vida a su pueblo. Bien, proporcionando ellos mismos empleo (administraciones, trabajos públicos y fuerzas de seguridad). Bien, protegiendo a los pequeños y medianos comerciantes, la casta del bazar, que forman el núcleo urbano de las clases “medias” del Islam. Bien, fomentando otros empleos, como los relacionados con el turismo y las peregrinaciones. Esto es más necesario cuanto menor sea el tejido industrial y financiero moderno de esa sociedad. Concretando, las autoridades deben brindar sosiego a la sociedad y controlar su coste de la vida. Mientras esto se cumpla razonablemente, se crea un flujo de lealtades y de sincero entusiasmo de las clases populares hacia sus gobernantes naturales. Que encarnan, de modo ideal y simbólico, el “nosotros”. Mientras esta simbiosis de dirigentes y pueblo se mantenga, éste esta dispuesto a defenderlos y a nutrir las fuerzas armadas. Pero nadie daría un paso por al frente por un “gobernante injusto”, porque es la negación y la corrupción de su esencia vital.
Socialmente y a medio plazo, el régimen de los Assad y su osamenta institucional del partido laico Baaz y sus paniaguados de la Guardia Republicana y de la Fuerza Aérea, los jefes y muchos oficiales del Ejército y de los altos cargos de la Administración, están acabados. Son demasiados sus desmanes, el tiempo de trituración aplicado a los sirios y las fracturas sociales causados a su pueblo heterogéneo. Lo cual no permite que el proceso revolucionario (de abrupto cambio de régimen y de estructuras políticas) tenga una marcha atrás asumible y permanente en Siria. Solamente, la presencia indefinida en este país desolado de las fuerzas combinadas rusas, las milicias de Hezbollah, los voluntarios chiitas iraquíes y las fuerzas iraníes de la Guardia Revolucionaria
A mediados de agosto de 2018, el EI lanzó una doble ofensiva convergente en la provincia de Deir ez Zour, al oeste de la frontera con Irak, atacando los pozos petrolíferos de Amar, uno de los yacimientos petrolíferos más importantes de Siria.
Tras la ofensiva lanzada por el Ejército Nacional de Siria (ENS)con el apoyo del fuego pesado aéreo de Rusia en la provincia de Deraa, situada en el triángulo situado al suroeste del país, entre los Altos del Golán y Jordania, al-Assad consiguió recuperar el control sobre el 90% del territorio de esa provincia. En respuesta, los combatientes del Estado Islámico atacaron en masa en la última semana de julio de 2018 el este de la limítrofe provincia de al-Suwayda, asaltando varias poblaciones y causando un elevado número de bajas entre la población drusa de la misma. Se habla de unos 250 muertos, centenares de heridos y decenas de secuestrados por los irregulares del Daesh, que los llevaron consigo al retirarse de los poblados, ante la ofensiva gubernamental realizada a primeros de agosto.
Las fuerzas drusas de Defensa Popular, aliadas pasivas del ENS, una especie de milicias locales de autodefensa y de escasa capacidad combativa, reaccionaron tarde al asalto de los yihadistas. Aunque fueron de las primeras en reocupar los pueblos de al-Suwayda abandonados por los salafistas del EI.
Se calcula que en esta zona del suroeste de Siria, que abarcaría parcialmente varias provincias al sur de Damasco, y cercana a la ciudad de Yarmuk, en su día sitiada largamente por los rebeldes al gobierno de al-Assad, hay en la actualidad entre 3 y 4 mil guerrilleros activos del EI. Cuya mayor capacidad es su maniobrabilidad y velocidad de actuación, como unidades de infantería ligera semirregulares, partiendo de despliegues extensos, que se concentran para atacar. Frente a un enemigo militar que avanza poco a poco, por pasos asegurados, y precedido por bombardeos de saturación de las posiciones yihadistas, que están generalmente en poblados llenos de civiles atrapados.
El Estado Islámico emitió un comunicado en el que presentó la incursión múltiple como “una victorias frente al “ejército nuseirí”. Que es un nombre árabe despectivo, dado a las fuerzas herejes alauitas y drusas de al-Assad y aliados; que, a su vez, son desviaciones ideológicas y rituales del chiismo, especialmente los drusos. Por cierto, durante la prolongada guerra civil siria, aún inacabada, los drusos se negaban habitualmente a enrolarse en el ENS, que sufrió una tremenda sangría frente a los rebeldes democráticos y sectarios, nacionales y extranjeros, de todas clases a lo largo de estos 7 años.
Hasta que, en el otoño de 2015, a raíz de la intervención abrumadora de Rusia, en forma de apoyo aéreo, fuerzas especiales y asesores, el ejército de al-Assad comenzó una remontada irreversible, hasta recuperar casi todo el terreno perdido frente a los rebeldes, que suponía el control de más de la mitad del territorio nacional. Y, sobre todo, comenzó a ganar la iniciativa, tanto estratégica como táctica, en las operaciones militares que desarrollaba. Aumentando también, con sus éxitos la oferta neta de reclutas para su depauperado ejército.
(CONTINUARÁ)